Ayer, en el blog del barullo (buscar el link a la derecha), se hablaba de certidumbres e incertidumbres. Uno de los comentaristas dejó una joya escrita hablando de la muerte y el miedo y que parcialmente reproduzco aquí:
„Esa certidumbre que os acojona a vosotros, bebés, imaginaos lo que me puede hacer a mí, con setenta y cinco. Pero no es así casi nunca.
….
Sé que Dios es un padre mejor que yo, y yo me llevaría a mi hijo (y no te digo a mi nieto) por muy malos que fuesen a mi casa para siempre, en Él confío.
Por eso la única, para mí, certeza me asusta pocas veces. A pesar de las manos vacías. Me fío de alguien muy bueno que me quiere demasiado.“
Llevaba años dándole vueltas a esta idea, en concreto desde que un profesor mío por los años 70 nos dijo a todos los que estábamos sentados allí que al final de los tiempos no habría nadie en el infierno, porque Dios era un padre tan bueno que no podría abandonar a sus hijos para siempre, por mucho que se hubieran apartado de El.
Por un lado, me gustaba la idea. ¡Comamos y bebamos que mañana moriremos y nuestro padre bueno del cielo no dejará que nos quememos!
Por el otro, yo me encontraba influido por la doctrina tradicionalista de la Iglesia, defendida con uñas y dientes por los sectores más conservadores dentro de la misma y que se podía resumir en lo siguiente:
"Noooooo, Dios es infinitamente bueno pero no olvidemos que también es infinitamente justo y por eso no podrá cometer la injusticia de salvar a los que no se lo merecen".
La verdad es que ninguna de las dos posturas me parecían correctas, ¿por qué?, porque:
Si creemos en Jesucristo y su Evangelio, existe un cielo y un infierno, y si nadie se fuera a condenar hubiera sido absurdo el montar todo ese follón de los corderos a la derecha y los cabritos a la izquierda, ni tendría sentido el acojone del rechinar de dientes y la gehena del fuego y, sobre todo, hubiera sido una tontería el esfuerzo en explicarlo. O sea, que sí, que hay gente que se condena.
Por otro lado, pensando en la segunda postura, no podía creer que las infinitudes de Dios se dedicaran a empujarse unas a otras, a ponerse límites en su actuación. Esto no es un problema similar al que tiene que ver con su omnipotencia y la cuadratura del círculo, imposibles lógicos. El que Dios sea infinitamente justo no está reñido con el que le pueda dar por salvar a un hombre que no se lo merece. ¿Dónde está la imposibilidad? ¿No será que nosotros, con nuestra naturaleza envidiosa y cicatera, queremos imponer reglas a la actuación de Dios? ¿No estaremos fabricando un Dios a nuestra medida para salvaguardar nuestros intereses? (Si no haces lo que nosotros hacemos y como lo hacemos… malo)
Eso no es precisamente lo que nos enseñó Jesús en su parábola sobre el tipo que va buscando trabajadores para su campo que se van incorporando a distintas horas del día y que cobran lo mismo al final. ¿Tú no has recibido lo tuyo? Pues ¿qué te importa y por qué te fastidia que le dé al que ha trabajado sólo una hora el mismo salario que a ti? ¿Fue el dueño del campo un hombre justo o injusto?
Uno, que es padre, se puede poner -salvando todas las distancias- en el papel de Dios e imaginar la situación en la que tenemos que juzgar a un hijo después de que este haya infringido “la ley”. ¿Cuál sería mi actuación? ¿Castigarlo para siempre?
¿Y que madre no escondería a su hijo, al hijo de sus entrañas, aun sabiéndolo ladrón y asesino?
No se condenan aquellos que pudiendo hacer tantas obras buenas no las hicieron, ni los que se dejaron llevar por los ardores tiranos de su carne en un determinado momento, ni los que abandonaron una vocación que le aseguraron proveniente de los cielos, ni creo que nadie se condene por no creer. No creo que Dios pueda castigar a esas personas porque, nosotros, padres no podríamos hacerlo con nuestros propios hijos, por muy malos que estos hubieran sido. Les ofreceríamos nuestra ayuda para que cambiaran y, sobre todo, buscaríamos las mil maneras de que se arrepintieran de sus actos y volvieran a nuestro lado.
Eso es lo que, humildemente, pienso que hace Dios: intentar salvar a todo el mundo. El no castiga a nadie, sólo se condenan aquellos que de manera consciente y positiva deciden apartarse de El. Ellos solos. ¿Qué es la condenación eterna si no la separación voluntaria de la presencia de Dios para siempre? Sería lo mismo que, al tenderle la mano a mi hijo después de saberlo delincuente, él decidiera no dármela, se diera la vuelta y se fuera caminando para apartarse de mi.
Como el comentarista del blog de Suso yo también, "a pesar de las manos vacías. Me fío de alguien muy bueno que me quiere demasiado".
„Esa certidumbre que os acojona a vosotros, bebés, imaginaos lo que me puede hacer a mí, con setenta y cinco. Pero no es así casi nunca.
….
Sé que Dios es un padre mejor que yo, y yo me llevaría a mi hijo (y no te digo a mi nieto) por muy malos que fuesen a mi casa para siempre, en Él confío.
Por eso la única, para mí, certeza me asusta pocas veces. A pesar de las manos vacías. Me fío de alguien muy bueno que me quiere demasiado.“
Llevaba años dándole vueltas a esta idea, en concreto desde que un profesor mío por los años 70 nos dijo a todos los que estábamos sentados allí que al final de los tiempos no habría nadie en el infierno, porque Dios era un padre tan bueno que no podría abandonar a sus hijos para siempre, por mucho que se hubieran apartado de El.
Por un lado, me gustaba la idea. ¡Comamos y bebamos que mañana moriremos y nuestro padre bueno del cielo no dejará que nos quememos!
Por el otro, yo me encontraba influido por la doctrina tradicionalista de la Iglesia, defendida con uñas y dientes por los sectores más conservadores dentro de la misma y que se podía resumir en lo siguiente:
"Noooooo, Dios es infinitamente bueno pero no olvidemos que también es infinitamente justo y por eso no podrá cometer la injusticia de salvar a los que no se lo merecen".
La verdad es que ninguna de las dos posturas me parecían correctas, ¿por qué?, porque:
Si creemos en Jesucristo y su Evangelio, existe un cielo y un infierno, y si nadie se fuera a condenar hubiera sido absurdo el montar todo ese follón de los corderos a la derecha y los cabritos a la izquierda, ni tendría sentido el acojone del rechinar de dientes y la gehena del fuego y, sobre todo, hubiera sido una tontería el esfuerzo en explicarlo. O sea, que sí, que hay gente que se condena.
Por otro lado, pensando en la segunda postura, no podía creer que las infinitudes de Dios se dedicaran a empujarse unas a otras, a ponerse límites en su actuación. Esto no es un problema similar al que tiene que ver con su omnipotencia y la cuadratura del círculo, imposibles lógicos. El que Dios sea infinitamente justo no está reñido con el que le pueda dar por salvar a un hombre que no se lo merece. ¿Dónde está la imposibilidad? ¿No será que nosotros, con nuestra naturaleza envidiosa y cicatera, queremos imponer reglas a la actuación de Dios? ¿No estaremos fabricando un Dios a nuestra medida para salvaguardar nuestros intereses? (Si no haces lo que nosotros hacemos y como lo hacemos… malo)
Eso no es precisamente lo que nos enseñó Jesús en su parábola sobre el tipo que va buscando trabajadores para su campo que se van incorporando a distintas horas del día y que cobran lo mismo al final. ¿Tú no has recibido lo tuyo? Pues ¿qué te importa y por qué te fastidia que le dé al que ha trabajado sólo una hora el mismo salario que a ti? ¿Fue el dueño del campo un hombre justo o injusto?
Uno, que es padre, se puede poner -salvando todas las distancias- en el papel de Dios e imaginar la situación en la que tenemos que juzgar a un hijo después de que este haya infringido “la ley”. ¿Cuál sería mi actuación? ¿Castigarlo para siempre?
Imaginemos un padre estuviera en la situación de mandar que se aplicara la pena capital a un hijo suyo porque, según las leyes de su lugar y tiempo, la hubiera merecido. A ver, ¿no intentaría este hombre por todos los medios buscar una excusa para evitar la ejecución del hijo? ¿Qué haríamos nosotros en esa situación? ¿Verdad que si estuviéramos viendo una película con ese argumento nos agradaría un final donde el padre reprende al hijo pero lo salva de ser ejecutado?
¿Y que madre no escondería a su hijo, al hijo de sus entrañas, aun sabiéndolo ladrón y asesino?
No se condenan aquellos que pudiendo hacer tantas obras buenas no las hicieron, ni los que se dejaron llevar por los ardores tiranos de su carne en un determinado momento, ni los que abandonaron una vocación que le aseguraron proveniente de los cielos, ni creo que nadie se condene por no creer. No creo que Dios pueda castigar a esas personas porque, nosotros, padres no podríamos hacerlo con nuestros propios hijos, por muy malos que estos hubieran sido. Les ofreceríamos nuestra ayuda para que cambiaran y, sobre todo, buscaríamos las mil maneras de que se arrepintieran de sus actos y volvieran a nuestro lado.
Eso es lo que, humildemente, pienso que hace Dios: intentar salvar a todo el mundo. El no castiga a nadie, sólo se condenan aquellos que de manera consciente y positiva deciden apartarse de El. Ellos solos. ¿Qué es la condenación eterna si no la separación voluntaria de la presencia de Dios para siempre? Sería lo mismo que, al tenderle la mano a mi hijo después de saberlo delincuente, él decidiera no dármela, se diera la vuelta y se fuera caminando para apartarse de mi.
Como el comentarista del blog de Suso yo también, "a pesar de las manos vacías. Me fío de alguien muy bueno que me quiere demasiado".
Gracias, Jose A. Pues sí, es la mayor certidumbre que tenemos, yo la tengo al menos. Que moriremos pero también que Dios es padre y lo has explicado que me ha encantado, debemos de tener un "contexto" educativo y familiar similar.
ResponderEliminarPero más allá de esa "certidumbre" en Dios como padre y en que siendo muy limitados nos quiere "ilimitadamente" El, a veces se necesita para el día a día otras certidumbres más.
Sé que sólo la primera "debería" bastar, pero yo necesito otras certidumbres más allá de lo que hablaba Suso.
Yo necesito poder confiar algo en mí misma, para empezar, y algo también en los demás.
¿Limitados? Por supuesto, pero también capaces de hacer algunas cosas buenas. Sabiendo que todo es imperfecto,que somos imperfectos nosotros, necesito también pensar que la gente es capaz de querer, quererse, que somos capaces también de hacer un mundo mejor, también peor, pero también mejor.
Necesito creer en la razón también, en el poder de la razón, no sé cómo explicar esto.
No puedo "andar" sólo en la confianza en Dios y en el conocimiento de mis limites o los de los demás.
Y esto es lo que no supe explicar en Suso.
Que vale, que sí, que somos poca cosa, y menos al levantarnos, pero que algo más que death & taxes and God -por supuesto- yo desde luego tengo que tener como certidumbre.
Y sé que las personas fallamos 200 veces, pero necesito saber que la gente se quiere, por ejemplo. O que, por ejemplo, tú que estás en esto de la ciencia, que hay avances que pueden ayudar a que la gente sufra menos.
Debo de ser muy infantil. U optimista en plan atávico. Ambas.
Perdón por el rollo, no puedo actualizar mi blog pero si comentar¡casi es peor!
Bienvenida de nuevo Master, !ya me extrañaba que no hubiera entradas nuevas en tu blog! ¿Dónde estás metida que no puedes escibir?
ResponderEliminarEs que tengo el portatil a punto de petar. Puedo comentar, pero actualizar mi blog casi no puedo, se me cuelga el ordenador... En fin, cacharritos, tampoco me funciona la lavadora, el lavaplatos... -petó toda la instalación electríca, cambiaron el diferencial y luego lo que no funcionaba eran ambos electrodomésticos + el microndas...-
ResponderEliminarAdemás algun gracioso ha entrado en el jardín esta noche o ayer y me ha abierto una manguera que ha corrido toda la noche, suerte que vino el que me va a ayudar en el jardín y chapuzas varias -un marroquí encantador, Mohamed- y lo hemos visto al enseñarle el jardín.
Me ha encantado el tipo, limpio, serio, hombre de palabra, le he contratado ¡ya! y le he dejado la llave. Como ves, necesito confiar, no puedo vivir sin confiar.
¡Joer, Máster, vaya una mala racha!... ya escampará, no te preocupes.
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