Ya hemos repasado los argumentos filosóficos que dicen demostrar la existencia de un Creador y, sinceramente, no he encontrado ninguno que no adolezca de fallos que lo invaliden de manera irremediable.
Me he paseado también por los argumentos que podrían llevar a la convicción de la existencia del mundo sobrenatural basados en la experiencia personal como es el caso de las apariciones. Tampoco ahí he hallado pruebas concluyentes que puedan convencer sobre la existencia de una dimensión distinta a la que conocemos.
En los siguientes capítulos analizaré lo que para muchos es prueba irrefutable de la existencia de ese mundo sobrenatural y que se basa directamente en la acción divina. Me refiero a los milagros, posesiones demoniacas, estigmas y visiones místicas. Sé que es un terreno enfangado y resbaladizo pero, a lo Indiana Jones, me arriesgaré en la aventura de encontrar lo que bien pudiera ser el arca perdida del mundo sobrenatural con la esperanza de que al abrirla pueda descubrir si en verdad encontramos el espíritu o simplemente un arcón lleno con el polvo de las fantasías y esperanzas frustradas de tantas generaciones.
Si queremos analizar milagros no hay mejor sitio al que acudir que a la Oficina de Constataciones Médicas de Lourdes, un organismo creado por el Papa Pio X en 1905 para analizar la sobrenaturalidad de las curaciones que parecen darse en este lugar desde que en 1858 la Virgen se apareció a la niña Bernadette Soubirous.
El Comité Médico Internacional de Lourdes (existente desde 1947), es un órgano científico encargado de analizar los casos presentados y de decidir si acepta o rechaza afirmar que una curación haya sido inexplicable desde el conocimiento de la ciencia actual.
Las condiciones para declarar una curación inexplicable, ojo, no necesariamente como milagrosa, son:
1. Que la dolencia sea incurable, desde un punto de vista científico.
2. Que se haya puesto de manifiesto la total ineficacia de los medicamentos o protocolos empleados en su tratamiento.
3. Que la curación haya sobrevenido de forma súbita y no gradual.
4. Que la curación haya sido absoluta, con efectos duraderos, y no solamente una remisión.
5. Que la curación no sea el resultado de una interpretación derivada del estado psíquico de la persona.
Según los datos que poseemos, en Lourdes se cuentan 7000 curaciones inexplicables desde 1858, aunque las aceptadas por el Comité Medico Internacional son sólo 69.
Si analizamos las enfermedades cuya curación se definió como inexplicable encontramos que casi la mitad de ellas (43.47%) son procesos tuberculosos de distinto tipo y que se distribuyen desde el principio de las apariciones hasta 1952 (en rojo en el gráfico). El resto de enfermedades son bronquitis, oftalmitis, impétigo, parálisis y otras enfermedades entre las que se cuentan sólo tres casos de remisión de cáncer (en verde en el gráfico).
Es llamativo que los procesos tuberculosos constituyan casi la mitad de los milagros de Lourdes. Si ahora buscamos información sobre el porcentaje de remisión espontánea de las tuberculosis sin tratamiento encontramos que esta se produce en el 29% de los casos. He subrayado el hecho de la remisión espontánea sin tratamiento porque seguramente la mayoría de enfermos que se trasladaron a Lourdes estarían siendo tratados también médicamente.
Quizás las curaciones de procesos cancerosos sean incluyo más llamativas. Pero para algunos tipos de cánceres la remisión espontánea ronda también el 20% de los casos. Lo que quiero poner de manifiesto es que la remisión espontánea de una enfermedad, aunque no pueda ser explicada por la ciencia, es algo que se da de manera habitual y no tiene porqué tratarse de una acción milagrosa.
Estudiemos ahora los casos de los que tenemos constancia. Para ello he construido dos gráficas en las que se puede observar la distribución de los milagros según el año en que se produjeron y el de reconocimiento de los mismos.
En 1859 solamente una persona, el profesor Vergez, profesor titular de la facultad de medicina de Montpellier, era el encargado de la revisión de los casos. Así que en 1862, este señor aprobó siete curaciones como inexplicables y que sirvieron como argumento para el reconocimiento de las apariciones por Monseñor Laurence.
Hasta la puesta en marcha en 1947 del Comité Médico Internacional, hay 36 curaciones declaradas inexplicables entre 1907 y 1913, con un récord de aprobaciones en el año 1908 (22 curaciones). Es decir, antes de que existiera un comité médico compuesto por especialistas de distintos países ya se habían aprobado 43 curaciones como inexplicables, ¡el 62% del total! Y 24 de ellas (el 55%) eran variantes de una enfermedad que puede desaparecer espontáneamente como la tuberculosis (en rojo).
Resumiendo: hasta que se hizo posible la constatación independiente de los supuestos milagros, ya se había declarado más de la mitad de las curaciones aceptadas como inexplicables y, de ellas, más de la mitad eran procesos tuberculosos que pueden remitir espontáneamente en un 29% de los casos, algo que quizá podría haber llevado a esos médicos de la primera mitad del siglo XX a declarar esas curaciones como milagrosas.
¿Quiere decir esto que esas curaciones no eran milagrosas? No, pero si analizamos todo de manera conjunta, los datos nos hacen dudar de que realmente nos encontremos ante una prueba indudable de intervención de la divinidad. Y de eso se trata: de encontrar pruebas indudables de la acción divina que no puedan ser confundidas con errores en diagnósticos o falta de conocimiento científico sobre los procesos naturales que llevaron a la curación.
En este sentido existe una pregunta muy interesante: ¿Por qué son los milagros declarados en Lourdes tan selectivos y no hay curaciones que no puedan ser confundidas con un fallo en el diagnóstico o remisiones espontáneas? Me refiero a curaciones de por ejemplo un síndrome de Down, o la de una de tantas producida por un defecto genético grave y comprobable, o del Alzheimer, o la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob o, puestos a pedir milagros de categoría, la restitución de un miembro amputado… (y no me vengan con la historía del cojo de Calanda que ya me la sé, incluso con razones más que suficientes para no considerarla digna de crédito).