lunes, 30 de mayo de 2011

La iluminación


Me pasó el otro día en casa, viendo una película con mis hijos. No creo que ni el título ni el contenido del film puedan tener nada que ver con lo sucedido pero por si acaso alguien decide sicoanalizarme lo cuento también: se trataba de la película de producción hispano-inglesa “Planeta 51” pero… en alemán.

Me encanta ver películas con los críos porque disfruto al verlos disfrutar. Lo sé, es una tontería, pero es viendo una película cuando puedes observar en un corto periodo de tiempo las caras de tus hijos, todas a la vez, cambiando de expresión acorde con el argumento que va desarrollándose delante de sus naricillas. Los he visto reír, asustarse, llorar de pena (las menos) y cubrirse la cabeza con una manta llenos de vergüenza cuando los protagonistas de los dibujos amagan la realización, siempre interrumpida, de un tierno beso.

El otro día estaba sentado al lado de uno de mis hijos, pudiera ser que el más travieso e inconformista de todos, el que seguro se hubiera ido también estos días a Sol como “indignado”. En un momento determinado no pude resistirme y comencé a acariciarle la cabeza de manera continuada. En ese preciso instante me ocurrió algo que jamás había experimentado. La verdad es que no sé describirlo pero lo intentaré:

Fue cuestión de segundos, en ese tiempo se me abrió la mente, tuve una iluminación exterior, un éxtasis, un arrebatamiento o rapto. El caso es que no oía la película, viajé fuera del salón de mi casa (como cuando con el Google Earth te alejas de la tierra y la ves allá lejana y pequeñita), vi en un momento como empezaba y acababa el mundo, el universo. Distinguí las cosas materiales de las personas y experimenté y comprendí profundamente el significado de la palabra amor. Sin cursilerías de pajarillos volando y angelitos tirando flechas (que por mi experiencia y la piel de elefante que poseo acabo sólo notando cuando se me clavan en el culo) me di cuenta de la verdadera esencia de eso que llamamos amor y el valor que tiene en la vida de los que me rodean, pero no solo en las de ellos. Acabé traspasando los lazos del matrimonio y los familiares y el concepto se me extendió a toda persona humana. Me di cuenta de qué era lo único importante es este mundo.

Luego entristecí enseguida, de golpe, al darme cuenta de lo cabronazo que uno puede ser con los que más quiere.

Que conste el que no había bebido ni fumado nada y si por puñetera casualidad comí un pepino español… pues ahora no me acuerdo. Pero, por si acaso, ”me lo haré de mirar”.

6 comentarios:

  1. A lo mejor lo tuyo es como Obelix, que no necesita dosis de la pócima porque ya vas chutao de cuna.

    Yo los he conocido, y sois tremendos.

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  2. Los hijos nos hacen irreconocibles a nuestros propios ojos

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  3. Interesante la experiencia...agradezco que la cuentes..Y deja de echar la culpa al pepino español, pues me parece que en Alemania nos han echado el sanbenito sin merecerlo aunque tengamos a un mentecato buenista pero, sin embargo, malvado de presidente y que no sepa defendernos.

    Un abrazo como siempre.

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  4. Ya los sé, pero hata ayer eran los pepinos españoles..... hoy nadie sabe aquí dónde está el foco pero el daño económico está hecho.

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  5. Hola Jose Antonio, estoy eyendo tu blog, recomndado por tu prima Pilar, de quien soy íntima amiga desde hace muuuucho años...
    Me encanta el mensaje que has transmitido con este articulito, debe ser un sentimineto enorme el que experimentaste aquella tarde ante la TV....jajaja...Y sobre todo, acariciando el pelo a tu hijo...
    Te mando un abrazo y recomiendo a Pr.Dr.Harald Lesch. Explica la teoría de las cuerdas como quien cuenta un chiste.
    PD. Saluda a Susanne de mi parte, nos conocimos en la fiesta de mi casa en Las Rozas un verano que salió con Pilar.

    Hasta otra vez,

    Tania

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  6. Hola Tania, sí, me acuerdo de cuando fuímos a Madrid. Ya le he transmitido tus saludos a Susanne.
    Un saludo

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