jueves, 21 de abril de 2011

La puerta, el pan y la lavada de pies

Sucedió hace un par de miles de años en esa ciudad eterna llamada Jerusalén. Hoy los expertos, incluido el Papa en su último libro, todavía discuten sobre si sucedió un martes, un miércoles o un jueves o si el acto fue el ritual judío de la cena de Pascua, la Pésaj, o una cena corriente entre amigos. Según las informaciones de las que disponemos no podemos saber si se comió cordero o no. Lo que sí sabemos es que el líder de ese grupo identificó su cuerpo con el pan y su sangre con el vino que allí se estaba bebiendo. Imagino la cara de póker de los allí reunidos. Yo tampoco hubiera entendido nada. Hoy tampoco lo entiendo. Para los hermanos protestantes, seguidores también de ese carismático líder, ese hecho fue sólo una metáfora, un símbolo, cómo cuando nos dijo que El era la puerta por la que había que entrar, y no por ello nos ponemos de rodillas delante de una puerta bendecida en una iglesia. El problema es que el símbolo de la puerta sí se entiende como símbolo, el del pan y el vino no. Para ser un símbolo de alimento o de vida, el ejemplo debería haber sido pan y agua pero…. ¿VINO? Ya lo había anunciado a sus amigos en Cafarnaúm:

«Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí ». (Juan 6, 53-57)

Cuentan que algunos, al oír esto, se acojonaron o le tomaron por loco y se fueron. No me extraña, si alguien me dijera que me tengo que comer su carne “a bocaos” y beberme su sangre para tener vida eterna, saldría disparado pensando que me he topado con una especie de secta de vampiros caníbales.

Pero no hubo desbandada cuando este Hombre habló de que Él era la puerta. Porque aquello sí que se entendió como un ejemplo. Él era COMO la puerta por donde había que entrar. … pero ¿esto? Esto era otra cosa. Aquí dijo que se lo tenían que comer….. vamos como el final de la novela “El perfume” y eso es muy pero que muy fuerte.

Pero volvamos a la noche de la famosa cena. Marcos lo cuenta así:

«Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: Tomad, este es mi cuerpo

No sé si alguien se ha dado cuenta en que hay una gran diferencia entre decir “yo soy la puerta, o el camino” (símbolo o metáfora) o decir “esa puerta o ese camino soy yo” (locura, tontuna o idiotez). Aquí dice que ese trozo de pan que tiene en sus manos es su carne.

Lo dicho, yo no hubiera entendido absolutamente nada, ni creo que lo que estuvieran allí fueran capaces de entenderlo tampoco, lo que sí sabemos es que después de que sucediera:

«cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos

Probablemente salieron todavía cantando, danzando y sobre todo aliviados de no haber tenido que comerse a su rabbi allí mismo pero seguro que con un cacao en la cabeza monumental.

Durante la cena pasó otra cosa interesante. Seguimos con Juan. En un momento determinado:

«se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla».

Cuando le tocaba el turno a Pedro, va y le dice:

«Señor, ¿me vas a lavar tú a mí los pies?» y le responde Jesús:

«Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde».

Le dice Pedro que ni de coña: «No me lavarás los pies jamás». Jesús le responde: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo».

Y Pedro, otra vez sin entender nada pero con el miedo de perder la amistad con ese Hombre al que seguía y por quien había dejado a su mujer, a sus hijos e incluso a su suegra le suelta aquello de:

«Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza», vamos, que si podía ser, que lo duchara allí mismo.

Pero Jesús le dijo que no se pasara que eso no hacía falta y les explicó:

«¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. »

Ayer alguien me llamó por teléfono y me pidió si esta noche, recordando aquella otra de hace más de dos mil años, podría ser uno de los doce a los que el sacerdote le lavara los pies. Es curioso, al principio he reaccionado negativamente, más por vergüenza que, como Pedro, por sentirme indigno, pero enseguida me acordé de este pescador y del pasaje del evangelio y acepté. Para limpiar la mierda acumulada en mi vida no me valdría sólo con lavar "lo pies, las manos y la cabeza", a mí me tendrían que dejar tres días a remojo y despues frotar hasta que saliera el agua negra como el tizón.

Esta noche celebraremos como hace dos mil años la cena y, sin entenderlo, nos comeremos a Jesús para así, y aunque nos tomen por locos y como Él nos prometió, alcanzar la vida eterna y ser resucitados en el último día.

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