martes, 2 de julio de 2013

Martirio o la brutalidad de la sinrazón


Acabo de conocer la noticia de la muerte por las fuerzas rebeldes sirias de un sacerdote franciscano de 49 años, Francois Murad. No se sabe con certeza si el brutal video de una decapitación por los rebeldes que corre por la red se corresponde con la muerte de este sacerdote o si fue ejecutado de un disparo. Se le acusaba de tener números de teléfono de personas del régimen. Los rebeldes quemaron el monasterio, como recientemente sucedió en una villa de habitantes cristianos cerca de Homs que fue arrasada por el simple hecho de que sus habitantes profesaban otra religión.

No entiendo que periódicos nacionales y plataformas de internet como Youtube publiquen estos horrores. Por otro lado, quizá sea una manera de conocer una realidad de la que conociendo sólo el titular nos dejaría probablemente indiferentes. 

No entiendo que los gobiernos occidentales quieran ayudar militar y económicamente a seres que no respetan el derecho fundamental de la vida.

No puedo creer que en el siglo XXI el hombre siga matando por sus creencias religiosas. 

Repruebo el uso de la violencia para justificar la prevalencia de ninguna idea, política o religiosa. 

No acepto la imposición violenta de la manera de pensar de nadie. Detesto el uso y abuso de la religión para dominar y manipular a otros, incluso en sus formas más sutiles y que todavía existe en algunos grupos cristianos no muy lejos de nosotros.

Me parece absolutamente absurdo y grotesco que se mate y se muera por la religión, por unas ideas que nadie puede demostrar ni probar racionalmente y que deberían pertenecer al ámbito más íntimo de las personas. 

Nadie debería morir por pensar que los unicornios no existen o por defender su existencia, ni por ser fiel o infiel a una serie de reglas o a un modo de vida que por muy antiguo que sea no tiene por qué provenir directamente de Dios.

Estoy harto de que otros me digan lo que tengo que creer.

Después de pensarlo muy bien, prefiero ser mártir de la libertad que morir por mis creencias religiosas. En el primer caso no sólo moriría defendiendo un derecho inalienable u otras vidas, sino proclamando la suprema dignidad de la libertad del hombre. En el segundo caso mi muerte respondería sólo a la mera brutalidad de una sinrazón y sería utilizada y manipulada de igual manera y como ejemplo por mis asesinos y mis defensores, según sus intereses.

Juro ante ese Dios en el que aún creo -aunque cada vez nos lo pongan más difícil- que nunca levantaré mi mano contra nadie para imponer mis creencias personales ni para castigarle por no pensar como yo.






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