martes, 20 de septiembre de 2011

Cibeles

Acaba de terminar la Pasarela Cibeles y hoy no me he resistido a dedicarle una entrada al evento. Por estas fechas -y desde que tengo uso de razón- no ha habido un solo año en el que nos hayan ahorrado al final de los telediarios secuencias de estos desfiles. En mi infancia los veía como cosas para mujeres y recuerdo cómo mi abuela (costurera desde su juventud) comentaba este o aquel modelo. Conforme iban pasando los años las prendas iban mutando y adquiriendo colores y formas imposibles, mi abuela entonces ya no comentaba, se dedicaba a mover la cabeza en señal de desaprobación.

Con todo mi respeto por la profesión y por los frikis que allí se juntan para dar rienda suelta a su desbordante imaginación creadora tengo que decir que ni los entendía entonces ni los entiendo ahora. Con esto de la moda me pasa como con el arte, pero de esto último ya hablaré en otra ocasión. No voy a entrar en la famosa polémica de las tallas o los pesos de las modelos pero este año he vuelto a constatar que mucho no se ha avanzado y cuando veo lo que se mueve por allí me da “tirisia” mirar (como decía mi abuela en su hablar oriolano).

Cuando en la tranquilidad de la sobremesa familiar la mujer se pone en alerta porque el marido se dispone disimuladamente a presenciar al final del telediario las escenas de Cibeles esperando quizás regalarse la vista inocentemente (es el telediario) con esas figuras de ensueño veinte o treinta años más jóvenes que la que tiene al lado, o deseando a conciencia la salida de esos modelos provocadores portando transparencias o mostrando liberadas una tetilla saltarina, es entonces cuando se encuentran con unas criaturas que avanzan por la plataforma andando como resortes mecánicos sin muelles. Y es cuando se dan cuenta de que ahí no sólo falta carne donde agarrarse, sino carne que amortigüe el movimiento del cuerpo tras golpear con el pie en el suelo a cada paso y evitar así la sensación de estar ante un monigote de alambre que hace lo imposible por caminar derecho.

Falta esa carne trémula que se mueve al compás de unas caderas estilizadas y falta -sin llegar al famoso culo mantecoso tan despreciado por Berlusconi- el portar unas nalgas dignas de aprecio. Alguna monada sigue habiendo, como se muestra en la foto de arriba, pero los cánones de belleza cambian y lo hacen de manera pendular y ahora estamos en la época del pellejo, del hueso y de la teta flácida y caída.


Y no digamos nada de los tíos. Me encuentro a alquien vestido así al doblar una esquina y salgo cagando leches!





2 comentarios:

  1. No sabía que hubiera vuelto el hombre de pelo en pecho!...yo que estaba pensando en depilarme!...jeje
    Creo que este tema de humanismo recreativo da de sí para profundizar todavía más...pero lo dejo para otra ocasión...solemente pretendía tomar contacto contigo aún sea un momento...jeje. Un saludo.

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  2. Pues ahora que lo dices, Pedro, no me había fijado...el hombre de pelo en pecho...

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