lunes, 26 de septiembre de 2011

Los monjes de Tibhirine



Este fin de semana he tenido la oportunidad de ver la película “De dioses y hombres“. Se trata del relato de lo acontecido a unos monjes de la comunidad trapense de Tibhirine en  Argelia durante el conflicto armado en 1996 y que acabó trágicamente cuando sus cabezas fueron encontradas en una cuneta y un comunicado del grupo terrorista GIA reivindicó los asesinatos. La historia se puede encontrar en internet explicada en detalle. Un alto mando del ejército ha sembrado dudas recientemente sobre las circunstancias que rodearon la muerte de los monjes. Según el oficial, estos hombres murieron como resultado de una operación del ejército sobre los terroristas del GIA a los que después se les atribuyó la matanza
.
Los monjes sabían en todo momento a lo que se aventuraban y se ha criticado  que, en lugar de abandonar el país o aceptar protección, decidieran seguir viviendo como lo habían hecho hasta ese momento, ayudando a la población del lugar y haciendo vivo el diálogo entre cristianismo e islam.

La película puede parecer un poco lenta y falta de argumento pero bucea en la sicología de los personajes y se te clava en el alma. Yo todavía le estoy dando vueltas.

En esta película he podido ver una de las escenas de amor que más me han impactado y no tiene nada que ver con ninguna historia erótico-festiva. Sucede cuando el prior del monasterio, el Padre Christian de Chergé (primero por la derecha en la foto), entrada la noche, se dirige a la habitación del anciano Padre Luc (con gorro en la foto), y le quita las gafas y el libro con los que se había quedado dormido. He encontrado en esta escena -de una ternura impresionante- el mensaje del verdadero amor, la grandeza espiritual de estos monjes y la esencia olvidada del verdadero cristianismo.
Este es el testamento que hizo el Padre Christian sabiendo que su muerte podría estar próxima.

«Si un día me aconteciera --y podría ser hoy-- ser víctima del terrorismo que actualmente parece querer alcanzar a todos los extranjeros que viven en Argelia, quisiera que mi comunidad, mi Iglesia, mi familia, recordaran que mi vida ha sido donada a Dios y a este país. Que aceptaran que el único Señor de todas las vidas no podría permanecer ajeno a esta muerte brutal. Que rezaran por mí: ¿cómo ser digno de semejante ofrenda? Que supieran asociar esta muerte a muchas otras, igualmente violentas, abandonadas a la indiferencia y el anonimato. Mi vida no vale más que otra. Tampoco vale menos. De todos modos, no tengo la inocencia de la infancia. He vivido lo suficiente como para saber que soy cómplice del mal que ¡desgraciadamente! parece prevalecer en el mundo y también del que podría golpearme a ciegas. Al llegar el momento, querría poder tener ese instante de lucidez que me permita pedir perdón a Dios y a mis hermanos en la humanidad, perdonando al mismo tiempo, de todo corazón, a quien me hubiere golpeado. No podría desear una muerte semejante. Me parece importante declararlo. En efecto, no veo cómo podría alegrarme del hecho de que este pueblo que amo fuera acusado indiscriminadamente de mi asesinato. Sería un precio demasiado alto para la que, quizá, sería llamada la gracia del martirio, que se debiera a un argelino, quienquiera que sea, sobre todo si dice que actúa por fidelidad a lo que supone que es el islam. Sé de cuánto desprecio han podido ser tachados los argelinos en su conjunto y conozco también qué caricaturas del islam promueve cierto islamismo. Es demasiado fácil poner en paz la conciencia identificando esta vía religiosa con los integralismos de sus extremismos. Argelia y el islam, para mí, son otra cosa, son un cuerpo y un alma. Me parece haberlo proclamado bastante sobre la base de lo que he visto y aprendido por experiencia, volviendo a encontrar tan a menudo ese hilo conductor del Evangelio que aprendí sobre las rodillas de mi madre, mi primera Iglesia inicial, justamente en Argelia, y ya entonces, en el respeto de los creyentes musulmanes. Evidentemente, mi muerte parecerá darles razón a quienes me han tratado sin reflexionar como ingenuo o idealista: ¡Que diga ahora lo que piensa! Pero estas personas deben saber que, por fin, quedará satisfecha la curiosidad que más me atormenta. Si Dios quiere podré, pues, sumergir mi mirada en la del Padre para contemplar junto con Él a sus hijos del islam, así como Él los ve, iluminados todos por la gloria de Cristo, fruto de su Pasión, colmados por el don del Espíritu, cuyo gozo secreto será siempre el de establecer la comunión y restablecer la semejanza, jugando con las diferencias. De esta vida perdida, totalmente mía y totalmente de ellos, doy gracias a Dios porque parece haberla querido por entero para esta alegría, por encima de todo y a pesar de todo. En este “gracias”, en el que ya está dicho todo de mi vida, os incluyo a vosotros, por supuesto, amigos de ayer y de hoy, y a vosotros, amigos de aquí, junto con mi madre y mi padre, mis hermanas y mis hermanos y a ellos, ¡céntuplo regalado como había sido prometido! Y a ti también, amigo del último instante, que no sabrás lo que estés haciendo, sí, porque también por ti quiero decir este “gracias” y este a-Dios en cuyo rostro te contemplo. Y que nos sea dado volvernos a encontrar, ladrones colmados de gozo, en el paraíso, si así le place a Dios, Padre nuestro, Padre de ambos. Amén. Inchalá» (Padre Christian M. de Chergé, Prior del monasterio de Nôtre-Dame del Atlas en Tibhirine, Argelia: Argel, 1 de diciembre de 1993 - Tibhirine, 1 de enero de 1994).

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