Toco hoy un tema manido pero que me está dando saltos dentro para salir y que hoy dejo que se vaya de una vez. Se trata del paralelismo que encuentro en el comportamiento del hombre en dos situaciones distintas: en el coche y en intenné.
Son situaciones que tiene que ver con la comunicación indirecta con el prójimo. Me explicaré. De sobra es sabido que al ponerse al volante de un coche el más cobarde o melindroso se convierte en un chulo putas, y el más caballero de entre los gentlemen pierde sus maneras a marchas forzadas. Es que no pasamos ni una. Nos vemos protegidos por esas cuatro paredes de latón y cristal y desde allí somos capaces de mostrar el dedo medio a cualquiera en cuanto vemos nuestros derechos viales mínimamente ultrajados. El coche se convierte en un espacio que nos transforma y hace que perdamos el miedo a insultarnos groseramente en una manera que no utilizaríamos en modo alguno cuando nos encontramos fuera de nuestro refugio de cuatro ruedas, eso sí, con el pié bien puesto en el acelerador por si hay que salir cagando leches. Ya sé que no podemos generalizar pero hay estudios que lo confirman. La persona cuerpo humano es así. Y lo mismo pasa con intenné. La pantalla del monitor, la ausencia de la proximidad de nuestro interlocutor y la posibilidad de refugiarse en el anonimato hacen que nos desinhibamos de una manera que no hay que explicar a los que tienen experiencia en la blogosfera. Aunque en el caso de la conducción sí existe un contacto visual transitorio, probablemente falte el intercambio de señales corporales que permitan interpretar emociones, estados de ánimo, disponibilidad para la pelea, sumisión o dominancia. Falta el contacto que asegura el equilibrio en nuestros comportamientos, un equilibrio en la conducta que incluso los monos presentan al haber aprendido a interpretar un lenguaje corporal que precisa de contacto, acercamiento. Por eso, aunque no justifico los comportamientos groseros al volante, detecto con indulgencia que sólo es un fallo en el sistema, todavía no revisado por la naturaleza, lo que nos mueve a mandar a tomar por culo al conductor que no ha puesto el intermitente antes de darnos cuenta de que se trataba de nuestro vecino del sexto...
Son situaciones que tiene que ver con la comunicación indirecta con el prójimo. Me explicaré. De sobra es sabido que al ponerse al volante de un coche el más cobarde o melindroso se convierte en un chulo putas, y el más caballero de entre los gentlemen pierde sus maneras a marchas forzadas. Es que no pasamos ni una. Nos vemos protegidos por esas cuatro paredes de latón y cristal y desde allí somos capaces de mostrar el dedo medio a cualquiera en cuanto vemos nuestros derechos viales mínimamente ultrajados. El coche se convierte en un espacio que nos transforma y hace que perdamos el miedo a insultarnos groseramente en una manera que no utilizaríamos en modo alguno cuando nos encontramos fuera de nuestro refugio de cuatro ruedas, eso sí, con el pié bien puesto en el acelerador por si hay que salir cagando leches. Ya sé que no podemos generalizar pero hay estudios que lo confirman. La persona cuerpo humano es así. Y lo mismo pasa con intenné. La pantalla del monitor, la ausencia de la proximidad de nuestro interlocutor y la posibilidad de refugiarse en el anonimato hacen que nos desinhibamos de una manera que no hay que explicar a los que tienen experiencia en la blogosfera. Aunque en el caso de la conducción sí existe un contacto visual transitorio, probablemente falte el intercambio de señales corporales que permitan interpretar emociones, estados de ánimo, disponibilidad para la pelea, sumisión o dominancia. Falta el contacto que asegura el equilibrio en nuestros comportamientos, un equilibrio en la conducta que incluso los monos presentan al haber aprendido a interpretar un lenguaje corporal que precisa de contacto, acercamiento. Por eso, aunque no justifico los comportamientos groseros al volante, detecto con indulgencia que sólo es un fallo en el sistema, todavía no revisado por la naturaleza, lo que nos mueve a mandar a tomar por culo al conductor que no ha puesto el intermitente antes de darnos cuenta de que se trataba de nuestro vecino del sexto...
Por cierto, en Alemania puede costarte de 1000 a 4000 euros la bromita del dedo.
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