En el capítulo anterior partimos desde la época dorada de la escolástica y
recorrimos los pasos que originaron el derrumbe de la metafísica y la filosofía
llamada por algunos “cristiana”. Pero ¿cómo fue posible el florecimiento de
esta filosofía en la edad media? ¿Qué sucedió para que esta disciplina del
saber, que se encontraba en un proceso de independencia con respecto a la
mitología, se ligara de nuevo al fenómeno religioso y derivara en occidente en una
teología dogmática que se usaría en los concilios de la Iglesia Católica para
apuntalar su credo?
Para encontrar las raíces de esta historia debemos viajar a Alejandría, la opulenta
ciudad fundada por Alejandro Magno en el siglo IV antes de Cristo en la parte
noroccidental del delta del Nilo y que por muchos años fue centro de la cultura
greco-romana. Fue una de las ciudades más importantes del Mediterráneo y el
centro cultural más grande y famoso de la antigüedad. Bajo el mandato de
Ptolomeo I, se fundó un centro científico-filosófico a modo de Universidad
donde residían sabios de todo el mundo quienes desarrollaron el saber en campos
tan distintos como la gramática, la retórica, la medicina, la geografía, las
matemáticas, la filosofía, la astronomía y la alquimia. Allí vivieron y
cultivaron el saber mentes tan brillantes como las de Arquímedes, Euclides, Aristarco
de Samos, Herófilo de Calcedonia, Apolonio de Pérgamo, Ptolomeo, el médico
Galeno y muchos más. Se estima que su famosa biblioteca contenía alrededor de
400.000 volúmenes.
Supongo que el ambiente cultural que se respiraría allí podría compararse al
que se vive hoy en las mejores universidades e institutos del mundo como Harvard,
Stanford, Berkeley, MIT, Oxford, Cambridge, Caltech y Princenton, aunque todo
él concentrado entre los muros de una sola ciudad de la costa mediterránea.
Protegidos por la tolerancia hacia las religiones que existía en este
ambiente pagano floreció también la comunidad judía que se había establecido
allí tras la conquistad de Jerusalén por Nabucodonosor II. Mucho después, alrededor
del año 150 a. C., vivió en la ciudad un filósofo judío seguidor de la escuela
aristotélica llamado Aristóbulo. En este hombre podemos encontrar el primer
intento de aunar el saber filosófico griego con la fe judaica al intentar
demostrar que la filosofía griega se basaba en las Sagradas Escrituras. Fue
precisamente en Alejandría donde se tradujeron las Sagradas Escrituras del
hebreo y arameo al griego (versión de los LXX).
La ciudad albergó a otro filósofo judío con el que culminaría la influencia
helenística en la religión judía, se llamaba Filón y fue coetáneo de Jesús de
Nazaret (20 a.C.-45/50 d.C.). Filón de Alejandría, quizá como respuesta a las
críticas sobre ciertos pasajes de las Sagradas Escritura, propuso la
interpretación alegórica de las mismas, algo que la larga tradición de filósofos
griegos había hecho ya con los mitos poéticos de Homero y Hesíodo, considerados
inspirados por la divinidad. Siguiendo en la línea de rechazo de Sócrates de
las divinidades, dejó escrito Platón en el segundo libro de su República que
los niños no deberían ser expuestos a los mitos sobre los dioses porque no
están aún capacitados para distinguir el significado superficial de uno más
profundo. Filón recogió e reinterpretó algunas alegorías griegas en clave judía
y rechazó el que en la poesía mitológica griega subsistiera la verdad. Se
acercó a las Sagradas Escrituras utilizando el mismo método de interpretación
alegórica de sus contemporáneos pero, sin justificación aparente, aceptó para
los textos de la Torá lo que había negado a la tradición mitológica griega.
En Filón encontramos también una nueva utilización del antiguo concepto del
Logos de los antiguos y que había tenido varios y confusos significados. Logos era
al mismo tiempo ley, discurso, narración, palabra, razón, pensamiento, inteligencia,
fundamento, energía y poder. Para los estoicos fue el principio racional del
Universo, la ley universal a la que identificaban con Zeus. Filón puso en lugar
del Logos a la sabiduría divina, el intermediario entre el mundo y Dios, a
medio camino entre la divinidad y los hombres. Aunque existe una polémica sobre
si el Logos helénico es el mismo que el que aparece en el llamado prólogo del
Evangelio de San Juan (traducido como verbo), no parecería extraño que el
evangelista hubiera utilizado este concepto para explicar la naturaleza del
Enviado o Mesías. Algunos autores, afanados en desligar al cristianismo de toda
traza de origen helénico desaprueban esta interpretación y encuentran el origen
de la expresión en las referencias a la sabiduría de Dios en los libros
sapienciales del Antiguo Testamento. Como veremos más adelante, los primeros
apologistas cristianos identificarán a Cristo con el Logos, lo que apoya la
hipótesis de que Juan en su Evangelio pudiera haber hecho lo mismo.
Según algunas dataciones, el texto fue escrito alrededor del año 90 d.C. en
el seno de la comunidad cristiana establecida en Éfeso.Tras la muerte de Jesús de Nazaret, el cristianismo comenzó a extenderse
por toda la cuenca mediterránea y el encuentro con la cultura greco-romana fue
inevitable. El acercamiento del cristianismo a la filosofía lo podemos
encontrar ya en vida del apóstol San Pablo en su discurso en el Areópago de
Atenas ante filósofos estoicos y epicúreos. Allí Pablo intenta utilizar
conceptos de la filosofía griega para explicar el Evangelio y lo hace de manera
que no dejar lugar a dudas de su cultura al citar a Epiménides: “porque en El
vivimos, nos movemos y existimos”, y a
los estoicos Arato y Cleantes: “porque linaje suyo somos”. El intento se
frustró cuando al llegar a la proclamación de la resurrección de Jesucristo,
los sabios que atendían a su discurso se burlaron de él y lo despidieron
diciendo que ya le oirían hablar de esto en otra ocasión. Fue probablemente
este episodio el que llevaría a Pablo a abandonar el intento de utilizar la
razón y a romper con la sabiduría griega. La reacción la podemos encontrar en el
discurso radical de su primera carta a los corintios y que merece la pena leer
de nuevo:
“17 Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio; no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo.” 18 Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. 19 Pues está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios, Y desecharé el entendimiento de los entendidos. 20 ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? 21 Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. 22 Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; 23 pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; 24 mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios. 25 Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. 26 Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; 27 sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; 28 y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, 29 a fin de que nadie se jacte en su presencia. 30 Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; 31 para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor”.
Aunque en los escritos de Pablo se puede observar la influencia del
helenismo, que es para algunos la razón de que sus explicaciones sean obscuras
y difíciles de entender, está claro que tras el episodio relatado el apóstol abandonó
la idea de que el cristianismo se pudiera argumentar razonadamente ante los
filósofos. No todo el cristianismo sucumbió a la racionalización de la época. Celso, un
filósofo griego que vivió en el siglo II, escribió su furibundo “Discurso verdadero contra los cristianos”
esperando convencer de su error a los que poseyeran algunas luces:
“La equidad obliga, no obstante, a reconocer que hay entre ellos gente honesta, que no está completamente privada de luces, ni escasa de ingenio para salir de las dificultades por medio de alegorías. Es a éstos, a quienes este libro va dirigido propiamente, porque si son honestos, sinceros y esclarecidos, oirán la voz de la razón y de la verdad, como espero.”
Celso constata que la mayoría de los seguidores de esta nueva religión son
analfabetos incultos, pobres e ignorantes a los que acusó de supersticiosos y
de traidores a la tradición. Esta apreciación, junto con la primera carta de
Pablo a los corintios hace difícil definir al cristianismo como una naciente
doctrina filosófica, similar a las corrientes de pensamiento de la época, aunque
se encontrara de lleno en el centro de mira de las disputas filosóficas.
El intento de racionalizar la fe no acabó con el episodio protagonizado por
Pablo en el Areópago. Para seguir con nuestra investigación debemos trasladarnos
a Éfeso, la ciudad donde Pablo fundó una comunidad cristiana que acogería al
evangelista San Juan y donde parece que se escribió su evangelio. En ese lugar,
años más tarde, se convertiría al cristianismo un filósofo de ascendencia y
educación griega nacido en la ciudad que en el Antiguo Testamento aparece con
el nombre de Siquem (actual Nablus en Cisjordania). Se trata de San Justino mártir
y es considerado como el primer apologista cristiano. Justino siguió varias
doctrinas y se adhirió al platonismo antes de su conversión a la que él llama
–tómese nota- la verdadera filosofía. Justino, como Filón de Alejandría, estaba
convencido de que la idea de Dios en la cultura griega había sido influenciada
por el Pentateuco de Moisés, una teoría que en su tiempo fue argumentada con una
supuesta visita de Platón a Egipto donde habría tenido la posibilidad de
conocer la Sagrada Escritura. A este respecto, Numenio de Apamea, filósofo
griego asentado en Siria y precursor del neoplatonismo escribió también por las mismas
fechas que Platón había sido el Moisés de la antigua Grecia.
Aunque Justino, como Pablo, distingue entre cristianismo como religión
fundada por Dios y el saber filosófico proveniente de los hombres, estamos observando
al cristianismo incipiente mezclarse con el saber filosófico con el peligro de
ser confundido y tratado como una nueva doctrina filosófica. De hecho en su
vertiente práctica el cristianismo se asemejaba bastante al estoicismo y en la
teórica a la metafísica del platonismo. Existe una obra de Justino llamada “Diálogo con
Trifón” en la que el santo describe su peregrinar por las distintas corrientes
filosóficas de la época hasta dar con el cristianismo. En este diálogo existe un texto muy esclarecedor.
Le pregunta Justino al judío Trifón:
-¿Qué tanto provecho -le dije yo- esperas tú sacar de la filosofía, que se pueda comparar al que encuentras en tu propio legislador y en los profetas?-¿Pues qué? -me replicó-, ¿no tratan de Dios los filósofos en todos sus discursos y no versan sus disputas siempre sobre su unicidad y providencia? ¿O no es objeto de la filosofía el investigar acerca de Dios?-Ciertamente-le dije-, y ésa es también mi opinión; pero la mayoría de los filósofos ni se plantean siquiera el problema de si hay un solo Dios o hay muchos, ni si tienen o no providencia de cada uno de nosotros, pues opinan que semejante conocimiento no contribuye para nada a nuestra felicidad...…-Y tú -me dijo-, ¿qué opinas sobre todo esto, qué opinión tienes de Dios, y cuál es tu filosofía?-Sí-respondí-, yo te voy a decir lo que a mí parece. La filosofía, efectivamente, es en realidad el mayor de los bienes, y el más precioso ante Dios: ella sola que nos conduce y nos une a Él. Y son hombres de Dios, a la verdad, aquellos que se aplican a la filosofía. Ahora, qué sea en definitiva la filosofía y por qué les fue enviada a los hombres, cosa es que se le escapa a la mayoría; pues en otro caso, siendo como es ella ciencia una, no habría platónicos, ni estoicos, ni peripatéticos, ni teóricos, ni pitagóricos.
Más adelante relata Justino su conversión al cristianismo tras un encuentro
fortuito con un anciano con el que entabla una conversación acerca de la
filosofía y de Dios.
En Justino encontramos otra vez la referencia al Logos. Aceptemos o no la tesis de que Juan en su evangelio aluda al concepto filosófico, hay que resaltar que Justino explica esta misma idea sólo unos cincuenta años más tarde de que este evangelio fuera escrito. Justino sostenía que Cristo era en verdad el Logos pre-existente del que había hablado Filón, el principio racional y universal de los estoicos. Esta identificación por el cristianismo del Logos de los filósofos con la persona de Cristo se puede ver confirmada también en los escritos de Celso:
En Justino encontramos otra vez la referencia al Logos. Aceptemos o no la tesis de que Juan en su evangelio aluda al concepto filosófico, hay que resaltar que Justino explica esta misma idea sólo unos cincuenta años más tarde de que este evangelio fuera escrito. Justino sostenía que Cristo era en verdad el Logos pre-existente del que había hablado Filón, el principio racional y universal de los estoicos. Esta identificación por el cristianismo del Logos de los filósofos con la persona de Cristo se puede ver confirmada también en los escritos de Celso:
“En vano, con abuso de sutileza, identificasteis al Hijo de Dios con el Logos divino”.
Justino no sólo identifica a Cristo con el Logos de los filósofos sino que,
por extensión, declara cristiano a Sócrates, al razonar que este también poseía
el Logos universal o razón que era Cristo. Para Justino incluso el mismo Cristo
es un filósofo que enseña el camino recto con la predicación de una ley natural
y una moral muy parecida a la que defendían los estoicos.
El intento de explicar filosóficamente el cristianismo pudo ser la causa de
que, muy pronto, se hiciera necesaria una apologética que defendiera a la
nueva religión no sólo de los ataques del paganismo, sino también de las distintas
interpretaciones y variaciones teóricas
que se empezaban a originar desde su interior (herejías), siendo el gnosticismo
una de las primeras y principales en aparecer. De acuerdo con Adolf von Harnack, esta situación habría derivado en una progresiva helenización del cristianismo.
En Orígenes (185-254), discípulo de Clemente de Alejandría y considerado uno
de los Padres de la Iglesia Oriental, podemos encontrar la recomendación del
uso de la filosofía para la defensa, comprensión y explicación de la fe. En una carta a San Gregorio Taumaturgo escribe:
“…yo quisiera que, como fin, emplearas toda la fuerza de tu talento natural en la inteligencia del cristianismo; como medio, empero, para ese fin haría votos por que tomaras de la filosofía griega las materias que pudieran ser como iniciaciones o propedéutica para el cristianismo; y de la geometría y astronomía, lo que fuere de provecho para la interpretación de las Escrituras Sagradas. De este modo, lo que dicen los que profesan la filosofía, que tienen la geometría y la música, la gramática y la retórica y hasta la astronomía por auxiliares de la filosofía, lo podremos decir nosotros de la filosofía misma respecto del cristianismo.”
Esta racionalización de las creencias religiosas sentaría las bases de una teología cristiana que, a la postre, desembocaría en la dogmatización de sus razonamientos filosófico-teológicos.
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