viernes, 13 de enero de 2012

Sobre la evolución del hombre, la inteligencia y la existencia del alma (II)


Es a Platón a quién debemos el comienzo de este tinglado.

Platón distinguió dos modos de realidad, una, a la que llama inteligible, y otra a la que llama sensible. Lo inteligible no son sólo conceptos sino entidades con una existencia real e independiente tanto del sujeto que las piensa como del objeto del que son esencia, y tienen un carácter trascendente a la vez que inmateriales y eternas. La realidad sensible se caracteriza por estar sometida al cambio, a la movilidad, a la generación y a la corrupción. O sea, que el tío se inventó un mundo que luego intentaba explicar con aquella famosa alegoría de la caverna que como obra de teatro está muy bien pero como explicación filosófica la considero una auténtica tomadura de pelo.

Llegó Aristóteles y en lugar de separar como Platón dos mundos, el inteligible y el sensible, tuvo la ocurrencia de que estos eran dos dimensiones presentes en todo ser sensible, dos caras de una misma realidad a las que denominó materia y forma (y no se refiere a la forma geométrica, aunque también hay algo de esto en el concepto que se inventó).

Para Aristóteles, materia es aquello con lo que está hecho algo. La forma sería la esencia de esas cosas, la substancia segunda, la especie y es eterna. La materia puede ser todo aquello capaz de recibir una forma. Por eso ante todo la materia es potencia de ser algo, siendo el algo lo determinado por la forma. Aristóteles piensa que la forma no puede existir fuera de la materia.

Santo Tomás adoptó la teoría aristotélica y afirmó que el hombre estaba compuesto de cuerpo y alma y que el alma era la forma sustancial del hombre. El alma es la que impone todas las operaciones humanas. Santo Tomás introdujo entonces unos matices fundamentales para compaginar esta teoría con sus creencias religiosas y una de ellas fue la de la espiritualidad del alma: su existencia es independiente de la materia. De esta manera abría la puerta a la posibilidad de la existencia de espíritus puros y la subsistencia del alma humana después de la muerte.

San Buenaventura pensaba de modo diferente y argumentaba que los ángeles debían tener también un componente material, pues si su constitución fuese exclusivamente formal, serían acto puro, y eso sólo le corresponde a Dios. La cosa se complicó y, como la materia era el principio de individuación de las cosas, Santo Tomás se vio en la obligación de negar la multiplicidad de especies angelicales (Pérez Cuevas, 2003) pues al no poseer éstos materia, tampoco se podían diferenciar unos de otros y eso, claro, sería un lío. San Buenaventura, por su parte, afirmaba que había distintos tipos de ángeles dependiendo de sus elementos materiales. Como ven… un follón que casi acaba en la discusión sobre el sexo de las entidades angélicas y del que probablemente derive la cuestión que se discutió unos siglos más tarde en Bizancio donde, en verdad, nació el famoso dicho.

Vemos como, de esta manera, los conceptos filosóficos originados en la antigua Grecia se iban estirando en una u otra dirección como un chicle, para servir a las necesidades de la fe o para intentar explicarla. Lo hasta ahora expuesto debería bastar como ejemplo de la manera en que el pensamiento escolástico ajustó la filosofía a las creencias religiosas. Pero sigamos con la explicación del doctor Angélico:

S. Tomás, decide que existen tres tipos de alma y les atribuye determinadas facultades. A diferencia del alma humana, el alma de los animales es mortal. Cuando el animal muere también desaparece su alma, sin embargo, esto no sucede con los seres humanos, puesto que el alma es subsistente, es decir su existencia puede darse sin depender de un cuerpo.



(Extraído de http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-filosofia/Filosofiamedievalymoderna/SantoTomas/Facultades.htm)


En definitiva, el Aquinate divide las “formas” o almas de los distintos seres vivientes en grados empezando por el más inferior, el que correspondería al reino vegetal, y acabando con el ser humano a cuya alma atribuye unas potencias especiales como son el entendimiento y la voluntad. A los hombres les correspondería también las características que se encuentran en los seres inferiores.

Santo Tomás defiende en el siguiente texto de Suma Teológica la idea del alma humana como inmaterial y subsistente.

Es necesario afirmar que el principio de la operación intelectual, llamado alma humana, es incorpóreo y subsistente. Es evidente que el hombre por el entendimiento puede conocer las naturalezas de todos los cuerpos. Para conocer una clase de cosas es necesario que en la propia naturaleza no esté contenida ninguna de esas cosas que se va a conocer, pues todo aquello que estuviese contenido naturalmente impediría el conocimiento. Ejemplo: La lengua de un enfermo, biliosa y amarga, no percibe lo dulce, ya que todo le parece amargo. Así, pues, si el principio intelectual contuviera la naturaleza de algo corpóreo, no podría conocer todos los cuerpos. Todo cuerpo tiene una naturaleza determinada. Así, pues, es imposible que el principio intelectual sea cuerpo.

De manera similar, es imposible que entienda a través del órgano corporal, porque también la naturaleza de aquel órgano le impediría el conocimiento de todo lo corpóreo. Ejemplo: Si un determinado color está no sólo en la pupila, sino también en un vaso de cristal, todo el líquido que contenga se verá del mismo color.
Así, pues, el mismo principio intelectual, llamado mente o entendimiento, tiene una operación por sí, independiente del cuerpo. Y nada obra por sí si no es subsistente. Pues no obra más que el ser en acto; por lo mismo, algo obra tal como es. Así, no decimos que calienta el calor, sino lo caliente.

Hay que concluir, por tanto, que el alma humana, llamada entendimiento o mente, es algo incorpóreo y subsistente.

(Suma Teológica I, cuestión 75, artículo 2)

Es decir, el santo no podía imaginar que algo material pudiera generar pensamientos porque estos son inmateriales. Entre los apologetas católicos se sigue utilizando este argumento de que el alma tiene que ser inmaterial porque los conceptos también lo son y el receptáculo de algo inmaterial no puede ser en modo alguno material.

De los ejemplos que utiliza como analogía mejor no hablar.

Los viejos catecismos de Ripalda y Astete, del siglo XVII, decían siguiendo a Aristóteles y a S. Agustín, que las potencias del alma eran tres: memoria, entendimiento y voluntad. Y estas mismas ideas se siguen leyendo hoy día en algunos textos cristianos.

Daniel Iglesias, apologeta urugüayo, bloger en Infocatólica y que ya lleva más de una veintena de entradas intentandonos convecer de que Darwin estaba equivocado y que Behe y los creacionistas tienen razón, me contestó muy convencido en uno de sus mensajes: 

La espiritualidad del alma humana se demuestra a partir de la espiritualidad de la inteligencia y de la voluntad.

Otro apologista cristiano, el también urugüayo y bloger de Infocatólica Néstor Martínez contestó una vez, también muy convencido, a otra de mis intervenciones de la siguiente manera:

En efecto, el pensamiento es superior a todo lo que pueden realizar las neuronas, y precisamente por eso, las neuronas no son la causa del pensamiento. El que piensa no es el cerebro, sino la inteligencia.

Ahí queda eso.

Me he remontado hasta el origen en la búsqueda de los argumentos filosóficos sobre la existencia del alma. Estos empiezan con el invento de la llamada “forma” y terminan con la clasificación de las mismas según unas características que se  corresponden con los distintos grados de complejidad en la escala de la vida que vemos en la naturaleza, siendo el punto álgido la existencia del entendimiento, algo que, según la escolástica, no puede ser justificado de otra manera sino es con la existencia de una realidad espiritual.

Pero, según vemos, nadie ha demostrado la existencia del alma vegetativa o animal y sólo se ha descrito unas realidades que forman parte de características generales de esos dos reinos.

Con lo que sólo nos queda la afirmación de S. Tomás, que parece compartir Daniel Iglesias, de que eso llamado entendimiento o mente, ese algo que considera incorpóreo y subsistente, deba ser identificado con el concepto de alma.

Hoy sabemos mucho sobre los procesos neuronales y las bases materiales que sustentan a la inteligencia, la voluntad y la memoria y no hay razón para hipotetizar que estos procesos dependan de la existencia de una realidad inmaterial y subsistente como un órgano invisible o, como suele mofarse Dawkins, una realidad inmaterial inyectada por el Altísimo en alguna glándula de nuestro cuerpo.

El hecho de que no entendamos todavía como funciona el cerebro no significa que tengamos que explicarlo por medio de realidades espirituales.

Estoy convencido de que las ideas desarrolladas desde Platón hasta S. Tomás y la filosofía cristiana no son más que caprichos filosóficos indemostrables y acrobacias mentales que tiene el propósito de, por un lado, encontrar una explicación racional a las enseñanzas de la fe y, por otro, utilizar la misma para intentar explicar lo que la ciencia del momento no podía hacer y a duras penas empezamos a atisbar ahora: el funcionamiento de los procesos intelectivos en el hombre.

Pero ¿por qué no es posible la aparición de estas facultades dentro de la gran historia de la evolución?

Hay varias maneras de oponerse a que esto haya ocurrido así:

1) Argumentando que esas “sublimes” características del hombre como la inteligencia y la voluntad no pueden haber emergido en la escala evolutiva ya que de lo material no puede surgir lo espiritual.

2) Negar que algo complejo pueda surgir de la organización de estructuras más elementales por medio de la evolución y que, por tanto, se necesitaría de un diseñador inteligente. Es una objeción sin fundamento ya que, por ejemplo, vemos que los seres vivos están formados de partes más elementales y que incluso los organismos más complejos se desarrollan a partir de la fecundación de una sóla célula, por tanto, en la naturaleza, estructuras elementales sí pueden derivar en estructuras más complejas.

3) Por último, la objeción menos interesante es la de aquellos que niegan por completo la existencia de la evolución y piensan que cada ser vivo, cada especie, ha sido directamente creada por Dios (no hay más ciego que el que no quiere ver).

Los razonamientos filosóficos que intentan probar la existencia del alma dejan mucho que desear y no parecen que demuestren nada. Sólo para los creyentes existen algunos argumentos de tipo religioso. La cuestión de su existencia, como la de su naturaleza y su relación con el cuerpo, ha sido tratada en un número de dogmas de fe definidos en varios concilios como verdad que hay que creer.

Pero, basta por hoy.

No hay comentarios:

Publicar un comentario