Una persona muy querida y cercana me preguntó el otro día en qué pensaba.
Lo hizo después de salir de la operación en la que se extirpó un tumor que resultó,
gracias a Dios, ser de naturaleza benigna. Este tiempo pasado en el hospital, acompañando a esta persona y viendo el sufrimiento de otras, me ha
servido otra vez para darme cuenta de la cruda realidad del dolor.
El sábado falleció como consecuencia de un cáncer una de mis primeras
ayudantes de laboratorio. Tenía previsto este lunes volver a casa desde el
hospital para pasar la Navidad con sus hijos. Me enteré ese mismo lunes y desde
entonces no puedo dejar de pensar en esa familia que acaba de perder a su
madre.
Facebook me pregunta y quiere saber diariamente en qué estoy pensando.
Que ¿en qué pienso?
Hoy, a las puertas de la Navidad y
tras muchos meses sin escribir nada, he decidido escribir unas letras sobre lo
que pienso.
Pues que mucha gente, atolondrada por la vorágine del quehacer de cada día,
vive sin distinguir lo importante de lo que no lo es.
Que eso mismo es lo que le pasa a los adolescentes. Centrados en ellos
mismos y con la sola preocupación de cómo pasarlo mejor.
Y, no, el trabajo no es lo más importante.
He comprobado que cuando la gente llega a ciertas edades, a no ser que
sufran de una ambición desmedida, saben colocar la profesión en el lugar que le
corresponde. El trabajo es sólo un medio para poder cubrir nuestras necesidades
y la de los nuestros.
Que la religión o la creencia o no en un dios tampoco es importante. Estoy convencido
de que es una invención humana y útil destinada a anestesiar el dolor de
sabernos criaturas mortales condenadas a desaparecer y con un efecto parecido
al que produce el uso de la homeopatía. Puro placebo. Marx pensaba que era la
clase dominante la que ofrecía ese opio al pueblo para someterlo y engañarlo prometiéndole la
dicha y felicidad eterna tras el paso por este mundo miserable. Yo creo que no
hace falta que nadie nos ofrezca esa anestesia. La buscamos nosotros mismos, aunque
nuestra vida no sea tan precaria como la de un proletario ruso del siglo XIX, y
lo hacemos para adormecer el pensamiento de que vamos a desaparecer. El creer
que seguiremos viviendo, que nuestra consciencia no va a ser exterminada cuando definitivamente
desfallezca nuestro cuerpo, es un pensamiento muy reconfortante y esperanzador,
aunque sea falso y no haya manera humana de demostrar o mostrar que el hombre,
a diferencia, de otros animales, posea un espíritu capaz de sobrevivir el
desastre de la destrucción del cuerpo y de la muerte. De todas maneras sigo
pensando que la religión, en su faceta humana, puede ayudar y de hecho ayuda a
muchas personas.
Pienso que los sentimientos de unión familiar son los mismos que muestran
otros animales y que son dictados por la naturaleza en su afán de perpetuar y
conservar la vida. De la misma manera que el enamoramiento y el placer sexual se
incluyen entre los trucos que la Naturaleza esconde en su maleta de mago para reproducirse.
Pero que nadie se llame a engaño, eso no significa que yo no considere esos
sentimientos buenos, verdaderos y deseables.
Es el reconocernos criaturas iguales a otras y que estamos destinados a desaparecer
y saberlo. Eso, a algunos, nos produce una especie de angustia existencial. Lo
escribió Pascal en sus Pensamientos:
«El hombre no es más que una caña, la más débil de la naturaleza: pero es
una caña que piensa… Pero, cuando el Universo lo destruye, el hombre es todavía
más noble que quien lo mata, porque sabe que muere, mientras que el Universo no
sabe la superioridad que tiene sobre él. Toda nuestra dignidad consiste, pues,
en el pensamiento.»
Y con Pascal, desde hace años, me veo pequeño, insignificante, un bicho más
destinado a desaparecer pero, a diferencia de otros bichos, me doy absolutamente
cuenta de ello.
«Cuando considero la breve duración de mi vida, absorbida en la eternidad
que la precede y la que la sigue, el pequeño espacio que lleno y cuando, por lo
demás, me veo abismado en la infinita inmensidad de los espacios que ignoro y
que me ignoran, me aterro y me asombro de verme aquí antes que allá, ya que no
hay razón porque esté aquí antes que allá, porque exista ahora más que
entonces. ¿Quién me ha puesto aquí? ¿Por orden de quién me han sido destinados
este lugar y este tiempo? El silencio eterno de los espacios infinitos me
aterra, ¡cuántos reinos nos ignoran!».
Comprendo que estas abstracciones y pensamientos no nos ocupen todo el día. De ser
así, estaríamos –al menos yo- continuamente dominados por una angustia existencial y un profundo sufrimiento síquico. Por eso, no sé si debo envidiar a la mayoría de las personas sumergidas hasta el cuello en las tareas cotidianas
y, de este modo, alejadas de estos inquietantes pensamientos.
¿Qué nos queda entonces?
Lo podemos encontrar en Mateo 22:39.
“Amarás a tu prójimo como a
ti mismo”
Y aunque la persona a quien
se atribuye esta frase, la acuñó como un mandamiento muy principal, semejante
en importancia al de amar al propio Dios sobre todas las cosas, yo la veo como una
recomendación muy apropiada para poder sobrellevar de manera digna nuestra condición
de mortal.
Desde una perspectiva material y naturalista, el amor y la preocupación
por los demás es lo único que va a dar sentido a nuestra vida y nos va a salvar
de la desesperación.
Prueba a encontrar qué otra cosa o pensamiento podría hacerlo.
Prueba a encontrar qué otra cosa o pensamiento podría hacerlo.
Amar, y la consecuencia
inevitable de sentirse amado, es lo único que nos va a hacer felices y nos ayudará
a sobrellevar esta porquería de vida.
Pues yo sí, sin vergüenzas, miedos o reparos, voy a celebrar durante
estas fechas el nacimiento, hace más de dos mil años, del maestro que nos enseñó ésta máxima, la más importante
del cristianismo y el consejo que puede dar sentido a nuestra vida y hacerla mucho mejor.
¡Feliz Navidad!
Dichosos quienes hallan una paz y una placidez interior que los ubica armoniosamente en la vida, porque disfrutarán del goce de estar vivos y, aun siendo conscientes de su final, no lo temerán, sino que lo verán como un desenlace intrínsico a la propia condición humana. Entenderán la enfermedad y el dolor como pura contingencia y ellos les harán conocer más allá de lo que físicamente les ha tocado experimentar. Feliz Navidad.
ResponderEliminarLLego tarde para la Navidad (aunque yo acostumbro a desear un ¡Felices fiestas! más genérico y menos confesional) así que te deseo un ¡Feliz 2018!
ResponderEliminarIgualmente, Renzo.
EliminarDesde una perspectiva material y naturalista, el amor y la preocupación por los demás es lo único que va a dar sentido a nuestra vida y nos va a salvar de la desesperación.
ResponderEliminar___________________________________________
Históricamente no ha sido así. Aquellas civilizaciones que perdieron la fe amaban, pero finalmente se extinguieron.
No se trata de amar al prójimo sino de amar al enemigo.
Para Cristo, dentro del prójimo no estaban solos sus amigos sino sus enemigos.
Mateo 5:46-47 46
Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa recibirán? ¿Acaso no hacen eso hasta los recaudadores de impuestos? 47 Y, si saludan a sus hermanos solamente, ¿qué de más hacen ustedes? ¿Acaso no hacen esto hasta los gentiles?
Por eso el cristianismo no es algo natural sino sobrenatural. Pide algo al animal humano que este no pueda dar. De ahí que sea necesaria la Gracia.
Estimado anónimo, no hablo de la salvación de civilizaciones, sino de la personal. A mi me consuela el amar a los demás y sentirme amado. Lo demás son elucubraciones malabaristas de ideólogos.
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