miércoles, 29 de junio de 2011

El negocio de la infidelidad


Se ha puesto de moda o mejor dicho, quieren poner de moda, las agencias que ayudan en la infidelidad matrimonial. Son empresas que ponen en contacto a personas casadas que quieran tener una aventura. Todo con discreción, seriedad y de una manera muy profesional. El pasado domingo La Sexta (que tengo la gran fortuna de no poder sintonizar desde Alemania) emitió un anuncio de una de estas agencias. A las 13.54 horas en el previo de la Fórmula 1 y durante la carrera a las 14.52 horas. Según fuentes de esta agencia, los anuncios fueron vistos por más de seis millones de españoles y unos setenta y tres mil decidieron darse de alta a continuación. Setenta y tres mil personas, probablemente casadas, que dieron los primeros pasos para engañar a su pareja (nunca me acostumbraré a referirme así al cónyuge que, de momento, sólo es uno). Varias cadenas de televisión han decidido no anunciar a la agencia de infidelidades. Por algo será.

No quiero entrar en el famoso debate de si un matrimonio se lleva mejor entre tres, o si la canita al aire sea o no perjudicial para la salud conyugal. Ahora, existe un cierto riesgo de que el capricho del marido o de la mujer pueda dar al traste con la estabilidad de esa familia. Algo que, habiendo hijos por medio, puede ser muy pero que muy triste.

No creo que sea lo mismo un fallo, un error, un calentón, una infidelidad pasajera (que ni siquiera tiene que ser carnal) que el darse de alta en un servicio en el que buscar a conciencia engañar a la persona con la que se vive. Tampoco soy quién para juzgar a nadie, ni sus circunstancias, ni sus intenciones, ni las causas de sus problemas matrimoniales. Para problemas me basta con los que tengo que solucionar o aguantar en mi casa (supongo que como todo el mundo). Por eso pienso que a quién Dios se la dé, San Pedro se la bendiga.

Suso, el dueño del barullo ya habló de esto en su blog y calificó a los responsables de sacarle partido a las infidelidades de ser unos auténticos hijos de puta. Yo pienso lo mismo: alguien que se enriquece con el mal ajeno o poniendo en peligro a los demás no puede ser más que un hijo de la gran puta. No me vale el argumento de que cada uno es libre y sabe que se la juega. De la misma manera podríamos defender a los que se dedican al tráfico de drogas.

Sobre los hijos pequeños de esas familias y de muchas parejas que han sido, son o van a ser engañadas, sobre sus familias y sobre las cabezas de las mismas personas que usan ese servicio pende inevitable una espada de Damocles, una espada sostenida por aquellos que, al mismo tiempo, se llenan los bolsillos sin escrúpulos.

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