lunes, 31 de marzo de 2014

El arquitecto de los castillos de naipes


El título que encabeza este capítulo podría ser en apariencia ofensivo para muchos, sobre todo para quienes consideren todavía vigente la obra del Aquinate. Calificar la labor de este santo como un castillo de naipes podría ser interpretado como una manera sarcástica de ningunear a una de las mentes más brillantes del medievo y de la historia del cristianismo. Y ¿quién soy yo, pobre pensador aficionado e inculto, para atreverme siquiera a cuestionar la obra de tamaño monstruo del pensamiento?

Cuando me dispongo a comenzar mi tarea, oigo su voz atravesando ocho siglos para advertirme de los riesgos de la empresa que estoy a punto de comenzar.
"Si hay, pues, alguien que, orgullosamente engreído en su supuesta ciencia, quiera desafiar lo escrito, que no lo haga en un rincón o ante niños, sino que responda públicamente si se atreve. El me encontrará frente a sí, y no sólo al mísero de mí, sino a muchos otros que estudian la verdad. Daremos batalla a sus errores o curaremos su ignorancia”. S. Tomás de Aquino. De unitate intellectus.
Atemorizado, casi con el miedo de poder ser objeto de una maldición medieval, retomo el propósito que me ha llevado hasta aquí. Aunque esta noche me encontrara al fraile a los pies de mi cama no habría vuelta atrás. Pero por si acaso y a modo de protección ritual, una vez aceptada mi incapacidad intelectual y tras haber solicitado el perdón que ciertamente merece mi atrevida ingenuidad, pediré permiso a quién corresponda antes de introducirme en el sancta sanctorum de la teología cristiana para intentar, con la ayuda de mis torpes herramientas intelectuales, analizar la solidez de la construcción sobre la que se asienta la catedral del pensamiento católico. Me dispongo sólo a echar un vistazo a los cimientos de esta construcción y, aunque para muchos las conclusiones a las que llegue puedan ser erróneas y fruto de una evidente incapacidad intelectual, espero que el intento sea como una parada de avituallamiento en el viaje de búsqueda que inicié al comenzar este libro. Quienes se encuentren seguros al abrigo del edificio que me dispongo a inspeccionar harán oídos sordos a los resultados que les presente, y los que sientan la urgencia, como yo, de anteponer la verdad a la comodidad o a la seguridad, podrán abandonarlo antes de que se derrumbe sobre ellos y continuar conmigo esta apasionada búsqueda. Pero no adelantemos acontecimientos y comencemos con el análisis.

Nuestro santo, formado en las mejores universidades de Europa, tuvo quizás la oportunidad de ver los comienzos de la construcción de esa otra catedral, esta vez de sólida piedra, en la ciudad de Colonia cuando otro santo intelectual, Alberto Magno, lo llevó consigo para estudiar la filosofía de Aristóteles. San Alberto consideraba que la filosofía se basaba en razones y silogismos y así la separaba de la teología cuya base era la fe. S. Tomás fue más allá e intentó fundir en un todo armónico la filosofía del Estagirita con la verdad revelada y lo hizo separando radicalmente la filosofía de la teología conforme al sujeto de estudio de ambas, por un lado las criaturas y por otro la idea de Dios. Esta separación radical de los tipos de ser sentará la base que permitirá la construcción de toda su obra.
 S. Tomás está convencido que la razón es un buen instrumento en ayuda de la fe, que sirve para entender mejor las verdades cristianas y defenderlas del error. La razón, según el santo, es útil en la demostración de los preámbulos de la fe y uno de ellos, el más importante, es el de la existencia de Dios, a cuyo conocimiento llega mediante la demostración a posteriori, o de los efectos a las causas, de las criaturas al Creador. El dominico abordó el tema de la posibilidad de demostrar la existencia de Dios y la manera de lograrlo en los artículos 2 y 3 pertenecientes a  la cuestión 2 de la primera parte de su Suma Teológica. 
“La existencia de Dios y otras verdades que de Él pueden ser conocidas por la sola razón natural, tal como dice Rom 1,19, no son artículos de fe, sino preámbulos a tales artículos.”
Propone entonces sus famosas cinco vías para lograr ese conocimiento. Y es en este momento cuando nuestro arquitecto comienza la construcción de su castillo de naipes. La cuarta y quinta vías no poseen valor demostrativo en forma de silogismo y se limitan a imaginar que debe existir un ser que reúna las cualidades que observamos en la naturaleza en grado máximo (belleza, inteligencia etc…) o se concluye de la existencia de un diseño inteligente (que analizaré más adelante) al observar una intencionalidad en el obrar de las criaturas no conscientes. La refutación más sencilla a la cuarta vía se consigue aplicando el mismo razonamiento a cualidades negativas. Podríamos concluir que, como existen grados de maldad, debe existir necesariamente un ser que sea la maldad absoluta, y como existen grados de estupidez, que exista el tonto olímpico. Por otra parte es difícil saber si es un sólo ser el que reúne todas estas cualidades en grado superlativo o existen varios seres caracterizados por obtener la máxima puntuación en cada categoría analizada.

El esquema de las tres primeras vías es muy parecido en todas ellas y son una variante del clásico argumento cosmológico utilizado por la filosofía griega, árabe judía y cristiana y que es el argumento por excelencia utilizado por los filósofos teístas para demostrar la existencia de Dios. En resumen, parte de un dato de la experiencia, introducir un concepto metafísico, mostrar que es imposible una serie infinita y establecer una conclusión. Está claro que para siquiera considerar las demostraciones que expondré a continuación debemos en primer lugar estar de acuerdo con el marco metafísico en el que estas se desarrollan, es decir, admitiendo la validez de la metafísica aristotélica. Pero incluso aceptando las reglas del juego, es decir, los conceptos metafísicos de potencia, acto, ser contingente, ser necesario etc., veremos que el Aquinate incurre en varios errores, algunos de lógica y otros insalvables por la falta de conocimientos de la física de su época.

La primera vía utiliza el concepto aristotélico del movimiento, entendido este no sólo desde la perspectiva de la física sino como el cambio de una posibilidad de ser (potencia) al estado concreto de ser (acto). Se constata por la experiencia la existencia del cambio y que todo ser que cambia o se mueve lo hace por la acción de otro distinto. El Aquinate niega la posibilidad de una serie infinita de seres cambiantes y que cambian a otros a su vez. Hoy debemos reconsiderar los presupuestos de partida de esta vía con la ayuda de los conocimientos de la física moderna. Los cambios que observamos en el Universo se producen mediante la acción sobre las partículas de cuatro fuerzas o interacciones fundamentales de la naturaleza: gravitatoria, nuclear fuerte, nuclear débil y electromagnética. Si consideramos el Universo como un conjunto limitado de materia y energía donde las partículas se encuentran interactuando entre sí, no hay razón para imaginar una serie infinita y lineal de cambio. Este hecho junto con el primer principio de la termodinámica que dice que en un sistema cerrado “la energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma”, invalida las premisas observacionales de partida de esta primera vía. Hablaremos de esto más delante cuando analicemos las teorías actuales sobre la geometría del Universo y el concepto de Universo de energía cero. El único cambio de potencia a acto que se salvaría de estas objeciones sería el del comienzo del Universo. Pero para ello debemos admitir que el Universo “no existente” sea un ser real en potencia.
Los conceptos de “ser en acto” y “ser en potencia” son fundamentales para el desarrollo de la demostración y, si el fundamento falla, no podrá sostenerse el castillo de naipes. El tomismo explica que la realidad no se identifica necesariamente con la existencia, es decir, no todo lo que es, existe. Pero esto lo hace para poder utilizar el concepto de cambio de “potencia de existir” a “acto de existir” que sólo puede ocurrir mediante la acción de un Ser superior. Según esta filosofía, los entes posibles se dan en la realidad pero no existen, como si estuvieran esperando a que un Alguien les cuelgue el cartelito de la existencia para hacerlo. Pongamos un ejemplo. Cuando formulamos la hipótesis de que Menganito Fulánez hubiera podido no nacer, el tomista sostiene que este hombre “se daba” en la realidad como “ente posible” antes de existir. Menganito Fulánez sólo existe en nuestro pensamiento como un concepto de “ente posible”. Russell criticaba a Meinong diciendo que le parecía excesivo que todo lo que se daba en el pensamiento existiera. Lo que a mí me parece en verdad excesivo es que lo que no existe, sea algo.

La segunda vía es una variante de la primera enfocando el problema en el principio de causalidad. El recurso a negar la posibilidad de la existencia de una serie infinita de causas eficientes es clave para llegar a la conclusión de la existencia de una causa primera. Pero el concepto de serie infinita de causas es perfectamente aceptable y no entraña ninguna falsedad lógica. Por otra parte, desde el punto de vista lógico no es admisible la conclusión de que si un eslabón de una cadena es precedido siempre por otro tenga que haber uno que preceda al conjunto de los demás. No hay razón alguna para eximir al primer eslabón de las reglas que comparten el resto de ellos una vez fijada la premisa que se deriva de la experiencia, es decir, el que cada eslabón sea siempre antecedido y seguido por otro. En la vía se distinguen además las falacias de petición de principio al afirmar que no exista nada que sea incausado o causa de sí mismo y la falacia de composición, al atribuir al conjunto una característica de sus partes: el que universo esté compuesto por seres causados no exige el que la totalidad de estos seres deba tener una causa. 

Considero la tercera vía la más interesante por su aparente complejidad. Podemos observar en ella la diferencia entre el ser de Dios y el de las cosas creadas y descubrir la técnica utilizada por nuestro habilidoso arquitecto para dar estabilidad a su construcción de naipes. La demostración deriva de la distinción entre los seres perecederos o contingentes y lo necesarios. Sigue el mismo esquema que las dos anteriores y se puede plantear de la siguiente manera:
  1. Las cosas pueden existir o no existir
  2. Es imposible que lo que puede no existir exista siempre
  3.  Lo que puede no existir hubo un tiempo en que no existió
  4. Pero si todo lo que conocemos puedo no existir hubo un tiempo en que nada existió
  5. Y si eso fuera así, hoy no existiría nada ya que nada empieza a existir por sí mismo
  6. Pero como esto no es así debe existir algún ser necesario
  7. Es imposible una serie infinita de seres necesarios
  8. Debe existir un ser absolutamente necesario causa de necesidad de los demás y cuya causa de necesidad no esté en otro.
Esta vía, como las anteriores, es el clásico “paralogismo de los metafísicos”, es decir, crea mediante premisas falsas o parcialmente verdaderas una problemática que no tiene por qué existir en la realidad para después resolverla de forma aparentemente satisfactoria.

Dejando aparte el que no hay manera de saber si en verdad lo que existe hoy podía no haber existido, la experiencia nos dicta que todo lo que observamos es contingente, es decir, podría no haber existido y es perecedero. Para continuar con la demostración, se utilizan premisas (2 y 3) que derivan de la contraposición de la definición de ser contingente con la de ser necesario cuya existencia es, en última instancia, lo que se quiere demostrar ya que no existe evidencia alguna de ellos. Aunque parezca que la vía es capaz de demostrar la existencia de estos seres, dicha demostración se invalida al utilizar en la misma el concepto que se quería demostrar. La única manera de afirmar las premisas 2) y 3) es sabiendo que si el ser necesario es aquel que no puede no existir, o lo que es lo mismo, existe siempre, que el contingente exista siempre es algo imposible, por tanto, hubo un momento en el que no existió. Es un razonamiento circular apoyado en definiciones a priori. Hay que darle la razón a Kant cuando veía en este argumento cierta semejanza con el de S. Anselmo, en el que el santo dio el salto prohibido del orden lógico al ontológico.

El Aquinate asume la contingencia como una característica del Universo en su totalidad, aunque no se explica por qué razón la contingencia de elementos individuales deba de trasladarse al conjunto. De que los jugadores integrantes de un equipo de fútbol sean todos de color no se sigue que el equipo también lo sea.

Según esta vía, lo que es perecedero hubo un tiempo en el que no existió, pero eso no significa que ese momento tenga que ser compartido por todas las cosas al mismo tiempo, es decir, el que hubiera un momento en el que nada existió. Según la física moderna, la energía y la materia están en continua transformación, los constituyentes básicos de un determinado objeto no desaparecen sino que se reorganizan y tiene la capacidad de formar parte de otros seres u objetos. Por eso podríamos considerar, como observamos en la realidad, que los seres o cosas perecederas dejan de ser al morir o al ser destruidas, y el substrato del que estaban compuestas se reorganiza para formar parte de otras. Ese componente o componentes fundamentales del que está formado el Universo podría fácilmente identificarse con el ser necesario de la tercera vía (la vía no concluye satisfactoriamente que sea uno o varios los seres absolutamente necesarios). Podríamos trasladar el razonamiento de la contingencia también a este substrato, pero la única manera de hacerlo sería afirmando categóricamente que hubo un momento en el que nada existió. Para ello debemos asumir que la materia y energía fueron creadas o se generaron de la nada, algo que, a día de hoy, no tenemos manera alguna de saber. S. Tomás afirma gratuitamente el principio “de la nada, nada sale”, algo que está siendo hoy muy discutido por la cosmología moderna y que trataré más adelante.

La defensa del argumento cosmológico no ha variado mucho desde los tiempos de S. Tomás. William Lane Craig ha popularizado en libros y debates una variante del mismo que se basa en la imposibilidad de series infinitas de causas y en la "intuición metafísica obvia" basada en la experiencia de que "de la nada, nada puede salir". La variante del argumento de Kalam defendido por Craig presenta errores similares cometidos por los escolásticos y se puede criticar de la misma manera a como lo hemos hecho con el clásico argumento de la Primera Causa. 

Llegados a este punto, no entiendo la razón por la que la Iglesia llegó a “dogmatizar” las enseñanzas de S. Tomás y sigue haciéndolo hoy en día. Desde mi punto de vista, León XIII cometió un error al intentar adoptar y recomendar de manera obligatoria la enseñanza de un determinado sistema filosófico sólo porque estuviera de acuerdo con las enseñanzas del cristianismo y creyera que podría explicarlo de manera racional (encíclica Aeterni Patris). Se entiende entonces el que instituciones consideradas conservadoras dentro de la Iglesia se aferren a esa “doctrina” con el peligro de impedir la libertad de pensamiento entre sus miembros. Esta velada imposición se introdujo también en las constituciones de la Compañía de Jesús, cuando S. Ignacio de Loyola estipuló que su fundación debía seguir la teología de S. Tomás.

Para reaccionar contra los errores del modernismo y continuar con la lucha que había comenzado su predecesor, Pio X defendió con insistencia la doctrina filosófica de S. Tomás y aprobó las famosas XXIV tesis tomistas, algo que enseguida se interpretó como una imposición doctrinal en materias opinables y que fue suavizado posteriormente por sucesivos pontífices (Para un buen conocimiento de esta historia remito a "Génesis histórica de las XXIV tesis tomistas" de Francisco Canals Vidal).  El documento que ratifica la aprobación de las XXIV tesis tomistas es el Motu proprio Doctoris Angelici (29.6.1914) promulgado sólo para Italia e islas adyacentes. Más adelante Benedicto XV ratificó que esas tesis eran normas directivas seguras. Los papas en este tema se han expresado siempre de manera poco clara. Por un lado defendían la libertad dentro de las distintas corrientes de pensamiento cristiano y por otro advertían severamente a los que se apartaban de las enseñanzas del Aquinate, a quien consideraban único portador de la verdad. Podemos encontrar un ejemplo claro en la encíclica Pascendi de Pio X:
“Queremos que los que enseñan estén firmemente advertidos de que el apartarse del Doctor de Aquino, principalmente en las cuestiones metafísicas, no se hará nunca sin grave detrimento”.
Antes de abandonar los argumentos de la edad de oro de la filosofía cristiana y continuar analizando otras pruebas que apunten a la existencia de un Creador, me queda comprobar si lo que Pio X advierte con relación a la metafísica del Aquinate puede hoy en día seguir asegurándose con la misma certeza. Pero esto será tema del siguiente capítulo.



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