domingo, 3 de agosto de 2008

El faro


Está sentado delante de mí, mirándome fijamente pero sin verme. Un mechón de su cabello cano le descansa sobre la frente. La boca cerrada, el mentón rígido y fuerte, enseñándome ese hoyuelo descarado y joven con el que tantas veces me ha dirigido guiños inconscientes. Los brazos le reposan paralelos sobre su sillón de lecturas preferido. Estoy sentada frente a él y mientras descanso mi pluma, le contemplo admirada y le mando mensajes telepáticos que comprende, estoy segura, aunque no me conteste. No pude acabarse así, de golpe, ese entendimiento mutuo del que estamos tan orgullosos. Cuando me comunicaron el diagnóstico, hace ahora año y medio, no lo acepté y sigo sin hacerlo. Me dijeron que esta enfermedad tenía un lado bueno: a partir de un determinado momento el paciente no se da cuenta de su situación y, según dicen, eso evita padecimientos. Los únicos que sufren son los familiares que ven al enfermo consumirse lentamente, sin advertirlo. Pero yo creo que se equivocan. No es posible que el intelecto de un hombre como el de mi marido se haya apagado de manera tan simple. Puede que haya decidido no comunicarse con el mundo que le rodea, o que esté sumido en un proceso mental que requiere toda su atención y que sea causante de su catalepsia. Ni siquiera creo que el diagnóstico sea del todo correcto. Al fin y al cabo, no es posible hoy en día la diagnosis segura de esta enfermedad sin un análisis post mortem. Por cierto, los amigos y el resto de la familia así lo consideran ya: muerto. Cuando me ven por la calle me saludan deprisa, con una sonrisa estúpida de conmiseración; jamás me preguntan por él porque saben que no hay remedio, y si lo hacen es para acercarse como buitres, dispuestos a lanzarse sobre la carroña de mi cuerpo cansado que todavía les parece apetecible. Pero él sigue ahí, con la vista fija, respirando pausadamente, en su mundo, como si ya nada le pudiese alterar.

El día en que dejó de comunicarse verbalmente nos encontrábamos en nuestra residencia del faro, a treinta metros de altura y rodeados de mar. Esa fue la última vez que me dirigió la palabra, antes de volver su cabeza y mirar para siempre hacia el horizonte marino. Probablemente aún tenga esa visión presente y no quiera evitarla o no pueda. Sabe que estoy escribiendo sobre él y por qué, y creo adivinar un brillo especial en sus ojos cuando me detengo a contemplarle para intentar describir mejor sus facciones. Al recorrer su rostro con mi mirada recuerdo tantos sufrimientos y alegrías compartidas y me parece mentira el tiempo que ha pasado desde el día que lo vi por primera vez. Me he sentado delante de estas cuartillas para reflexionar, para hacerme una pregunta que ya me formularon en su día pero que contestaré de nuevo hoy y que a partir de ahora tendrá como testigos a todos aquellos que las lean:

¡Sí, quiero! y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas y ahora en la enfermedad, y amarte y respetarle todos y cada uno de los días de mi vida.

Jose A.

7 comentarios:

  1. Querido José Antonio, este post tuyo me parece magistral. Por razones familiares estamos pasando por situaciones similares.
    Bueno sólo decirte que paso por aquí para despedirme. Esta vez sí que dejo el blog de Fortea definitivamente. Tiene muy, muy mal rollo.
    Ha sido un inmenso placer y honor haberte conocido y te aseguro que por el tuyo me iré acercando, sobre todo si escribes obras maestras como ésta.
    Un abrazo para ti y toda tu familia. Que seáis muy felices.
    Hsta siempre
    Ferrán.

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  2. Pues ya sabes, Ferrán, que tienes todo mi apoyo en esa situación por la que estás pasando. Animo y, aunque pensamos de manera distinta en muchos temas, echaré de menos tu ingenio. Yo también me estoy cansando del blog ese.

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  3. Oye, José A., he leído este post y la persona que lo escribe está llena de sensibilidad y fortaleza.
    Es admirable su entereza y su amor fiel.
    Por otro lado, quería decirte que mi comentario en el blog de Fortea no pretendía ofenderte.
    La verdad es que se hacen pesadas vuestras discusiones, para qué te voy a engañar, pero no es mi blog, así que si quieres seguir dándole a la traca, pues, prescinde de mi sugerencia.
    Un saludo.

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  4. Hola Felicitas, esa historia la escribí hace algún tiempo y decidí publicarla ayer.
    Ya me he cansado de discutir en el blog de Fortea. No,no me has ofendido en absoluto, pero no voy a dar más el tostón. Ese anónimo es como un muro. Da igual lo que le cuentes. Me ha podido pero por aburrimiento.

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  5. RECOMENDACIONES LAS OPTICAS MEJORES,SAN GABINO Y VISION- LIGHT...BESOS

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  6. José: Soy el 'anónimo-teólogo'. Deseo decirle, antes de que se vaya de vacaciones, varias cosas:

    1ª.- Pedirle perdón por si en algún momento le he ofendido.
    2ª.- Desearle unas buenas vacaciones.
    3ª.- Pedirle que vuelva a este foro (del Padre Fortea) cuando regrese, para poder seguir discutiendo sobre estas importantes cuestiones.
    4ª.- Decirle que los principales refutadores de Santo Tomás (Hume, Kant, etc.) han sido refutados a su vez y que más adelante hablaré de ellos.
    5ª.- Que Dios le bendiga.


    Le deseo unas felices vacaciones

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  7. Querido "anónimo.teólogo", ya sabe queno tengo que perdonarle nada. Si acaso usted a mí. Cuando los ánimos se encienden en el fragor de la batalla dialéctica... pues ya se sabe.
    Ya le he contestado en el blog del Padre Fortea.

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