El médico les confirmó lo que ya sabían, pero la alegría natural dio paso a la preocupación por la mala noticia: se trataba de un embarazo ectópico cervical. El óvulo fecundado no había conseguido implantarse en su camino hacia la salida y, en un último y desesperado intento, se aferró a la pared del cuello del útero a unos pocos centímetros de su expulsión definitiva. El médico pensó que en esa situación el embarazo nunca podría llegar a término. Se podría producir un aborto natural y así la naturaleza resolvería el problema o, si la cosa se ponía fea, siempre habría la posibilidad de provocarlo. Fueron días de preocupación y angustia. Cuando la noche caía y los demás niños dormían la madre se derrumbaba entre sollozos y el padre sólo podía acariciarla y decirle, sin estar seguro, que todo saldría bien.
Pasaron los días y el doctor sustituto, un ginecólogo de reconocido prestigio y de igual reconocida petulancia, dio por seguro que se procedería a la intervención abortiva para resolver el problema. Se trataba de ingerir una pastilla y a las pocas horas todo habría terminado. Los padres tuvieron unos minutos para reflexionar y decidieron consultar a un tercer médico antes de tomar decisión alguna. El ginecólogo les abroncó por anteponer creencias religiosas a la salud de la madre. Les gritó asumiendo que la decisión se respaldaba en un fundamentalismo religioso algo que, por cierto, nadie había nombrado.
La doctora, después de sopesar el asunto se lavó las manos y dijo que no quería asumir ningún riesgo.
El padre dejó que fuera ella quién decidiera. Se trataba de su salud, del peligro potencial que suponía para ella el seguir adelante con el embarazo. Esa noche lloraron más que nunca. Y también rezaron.
Al día siguiente decidieron consultar a un cuarto especialista, una catedrática de ginecología que tenía la consulta en el hospital materno infantil de la ciudad. Tras el examen, la ginecóloga confirmó el diagnóstico y quitó hierro al tema del riesgo del embarazo porque estaba segura de que el embrión no podría desarrollarse con normalidad. La madre no tendría que cumplir reposo obligado pero debería someterse a una revisión semanal.
A la tercera semana, después de hacer las mediciones de rigor, la doctora dio por seguro que el feto no se estaba desarrollando y, como el aborto natural no se producía, aconsejó el provocarlo.
Los padres ya habían visto al feto en la ecografía y el latir de su pequeño corazón. Se resistieron a llevar a cabo la fatídica intervención; de todas maneras, si el feto moría, ya habría tiempo para extirparlo y de momento no había peligro para la madre. Así que decidieron esperar una semana más. Una semana de lloros y preocupaciones que les unió como nada antes lo había hecho. Juntos se dedicaron a estudiar las tablas de crecimiento de embriones, calculando tamaños y aplicando errores… errores… sí, ese era el problema: según se calculara cuando había comenzado el embarazo podría haber un error de una semana o incluso de dos, y de ahí el retraso observado en el desarrollo del feto. Comunicaron su pensamiento a la doctora que confirmó la posibilidad de que así fuera y esperaron una semana más. La ginecóloga, convencida ya de la posibilidad de viabilidad, se comprometió a ayudarles a llevar adelante el embrazo. El seguimiento semanal minimizaría los riesgos para la madre.
Pasaron las semanas y el feto se desarrollaba con normalidad. El único problema era el cuello del útero que no está hecho para la anidación de un embrión y su pared, finísima, estaría en peligro continuo de ruptura y de ahí el riesgo serio para la madre.
Se encomendaron a todos los santos conocidos para que el embarazo llegara a buen término y, con el fin de prevenir posibles complicaciones, decidieron adelantar el parto unas semanas. Y por estos días, hace ahora cinco años, llegó al mundo Anna María, gracias a la decisión y generosidad de una madre que estuvo dispuesta a todo para que así fuera.
Qué vertigo da mirar atrás a veces. Enhorabuena
ResponderEliminarAnna es el premio a una valiente decisión.- ¡Feliz cumpleaños!
ResponderEliminar¡Ufff! Se me han puesto los pelos de punta, es una hermosa historia con un resultado más hermoso todavía. Una vez oí, creo que a un periodista, que a veces la única forma de saltar la valla es lanzar la gorra al otro lado, y vosotros lo hicisteis. ¡Feliz cumpleaños!
ResponderEliminarMuchísimas felicidades a Anna y a los papás!!!!!
ResponderEliminarNo hay duda que se parece al padre (jeje) con todo mi respeto hacia su valiente madre. Lo que habéis hecho es sin duda consecuente con vuestra fe y convicciones religiosas (fundamentadas para el bien del hombre), no todos aún siendo cristianos llegaríamos a tanto y con esos factores en contra, aunque ya sé que para vosotros ya os gratifica enormemente el resultado de vuestra decisión: vuestra hija. Habéis hecho todo lo posible para dar la opción de existencia a un ser humano por amor al prójimo. Me da pena que haya gente que no entiende este altruismo y además lo critica o, lo que es peor, lo impide. Realmente, con ello están escondiendo su cobardía para "darse" hacia lo demás (o su egoísmo). Ya tienes una buena historia para usarla de cuento de cuna para los niños por su gran moraleja (jeje).
ResponderEliminarUn abrazo para tu valiente esposa (Anne, no?) y para tí, tenéis motivos para sentiros alegres y compensar vuestra anterior angustia.
FELIZ CUMPLEAN~OS mi pequen~o milagro ! Un pequen~o detalle:
ResponderEliminarNos han dicho hasta el quinto mes
que vamos a tener el cuatro chaval
en nuestra famillia :-) así mas milagro incluso que ahora tenemos
a esta princesa!
Mama Susanne
Como Anna no puede agradecer las felicitaciones personalmente -por estar muy ocupada con las Barbies que le han regalado hoy- lo hago yo en su lugar. Gracias!
ResponderEliminarVaya! felicidades de nuevo! Susanne, perdona que no me acordase de tu nombre después de aquella ocasión que tuviste a bien alojarnos y darnos una gran cena y que no olvidamos. No paráis de trabajar... (jeje)
ResponderEliminarFelicidades a las dos!!!! Os quiero mucho.
ResponderEliminarPilar