martes, 7 de febrero de 2012

En la abadía benedictina


Hace unos meses contemplamos un amigo y yo la posibilidad de pasar unos días de retiro lejos del mundanal ruido. Elegimos la abadía benedictina de Ettal, en los Alpes de Baviera, un convento que alberga a unos treinta monjes y que tiene abad de verdad, de esos con mitra y báculo. Ettal es también uno de los más importantes internados de élite de Alemania y donde se han educado desde antiguo los príncipes y la aristocracia de Baviera. 

Después de muchos intentos frustrados pudimos, el fin de semana pasado, despedirnos de nuestras familias para ingresar en el convento. La idea era hacer la vida de los monjes y tener tiempo para meditar, rezar y desconectar de las preocupaciones habituales, aunque sólo fuera por unos días. 

Nos recibió el monje encargado de los huéspedes quien nos acompañó a la capilla de invierno para rezar las Vísperas. La Liturgia de las Horas Monástica está constituida por las Vigilias Nocturnas (ó Maitines), Laudes (por la mañana), Vísperas (por la tarde) y Completas (al anochecer). Otras más breves son: Tercia (a media mañana), Sexta (al mediodía), Nona (a media tarde).

Después de las Vísperas nos condujeron al refectorio. El ceremonial es impresionante. Primero hacen pasar a los huéspedes (esta vez sólo éramos dos) y, en procesión, hacen la entrada para disponerse en fila y bendecir la mesa, luego se sientan y se cubren la cabeza para oír un relato evangélico. La comida la sirven los monjes que tienen el encargo ese día. Muchos son también sacerdotes. Me impresionó el que me sirviera un monje-sacerdote joven. La sopa ardía como recién cocinada en los fuegos del infierno y el encargado de nosotros y que se sentaba a nuestro lado me daba con el codo y me decía que había que darse prisa, “que aquí todo va muy rápido”. Y así era. Las comidas no duraban más de quince minutos. Aún me duele la lengua. Lengua que no iba a utilizar mucho ya que en la zona de clausura no se habla, ni siquiera en el refectorio durante las comidas, sólo ese escucha la lectura de libros religiosos que hace el monje de turno. 


El ambiente en el monasterio es de película. Pasillos largos con pocas luces que alumbran cuadros de abades antiguos, celdas con puertas barrocas alineadas a los lados y sombras de monjes portando largos mantos de invierno con capucha deslizándose silenciosos por las esquinas. 


Encontramos personajes de todo tipo. Un monje de mediana edad estatura dos metros y diez, otro calcaldito al Padre Fortea y un tercero que presentaba una cicatriz que le cruzaba la cara fruto de quién sabe qué pelea o accidente en una vida pasada. Había pocos jóvenes y mucho  arrastre de pies y respiración cansada.

Sólo hay un tiempo de recreación de media hora después de la cena y antes del rezo de Completas. El segundo día un monje anciano muy simpático me preguntó si sabía jugar al billar y me invitó a echar un partida antes de que llegara su pareja de juego (sí, el de la foto). El billar está en la sala de lectura y sólo se puede usar durante el tiempo de recreación.


A las ocho de la tarde, cada uno a su celda y hasta la mañana siguiente.

En la madrugada, a las cuatro y media, tañía la campana dentro de la clausura. Y veinte minutos más tarde se oía el crujir de la madera y el roce de hábitos dirigiéndose hacia la capilla de la casa. Desde hace más de quince siglos, el monje benedictino se levanta por la noche para alabar a Dios en los maitines. San Benito dispuso los oficios según el Salmo 118 que dice: “siete veces al día te alabo” y “ me levantaré en medio de la noche para alabarte”.

Hoy es difícil de entender que todavía haya alguien dispuesto a levantarse en la madrugada para recitar o cantar salmos de alabanza a Dios. Yo sabía que esto existía pero una cosa es saberlo y otra vivirlo. Y una cosa es hacerlo durante un fin de semana y otra durante toda tu vida. El video que acompaña a esta entrada (se puede ver en pantalla completa) explica la vida de los monjes benedictinos en la abadía de Le Barroux, en Francia. Aunque dura cincuenta minutos, merece la pena si se quiere entender lo que significa ser monje.



Este fin de semana he entendido a otras instituciones de la Iglesia por las que empezaba a sentir desde hace unos años un poco de animadversión. Y lo que he comprendido es que la sumisión voluntaria a una forma de vida reglada es absolutamente respetable e incluso deseable como medio de alcanzar la santidad. Otra cosa es que en esas instituciones los métodos que se utilicen para conseguir ciertos fines sean reprobables y a veces incluso condenables. El tiempo, el sentido común, la actuación de la Iglesia y la gracia del Espíritu Santo cambiarán lo que tenga que ser cambiado, sabiendo que si se resisten a esas reformas no les quedará otro remedio que desaparecer. Pero parece que ya se van dando algunos pasos.

Fuera de la abadía y por la mañana estábamos a -26°C, la temperatura más baja a la que me he expuesto en mi vida. Por supuesto, el coche de gasóleo no quiso arrancar, tuvimos que llamar a asistencia en carretera (con una lista de espera de más de cien personas con el mismo problema) que nos ayudó a descongelar el gasóleo y así pudimos volver a casa comentando lo que habíamos vivido ese fin de semana y que no olvidaré nunca.

Nota: Todas las fotos están tomadas de la página web de la Abadía de Ettal. 

Estas son mías



9 comentarios:

  1. Entiendo la necesidad de vivir una experiencia así...Tomo nota de la experiencia...Un saludo.

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  2. Me parece una experiencia única y audaz en los tiempos que corren, aunque no sea entendida.Saludos.

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  3. Hola Jose Antonio,

    Sí, es una experiencia recomendable aunque sólo tenga como intención el reflexionar un poco sobre tu vida. En el plano espiritual, esta experiencia sólo puede ser entendida si se cree en la existenca de Dios.

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  4. Por supuesto solo se puede vivir y entender esa experiencia, plenamente, desde la creencia en Dios, si no nada tiene sentido y no pasa de ser, sobre todo en una abadía benedictina, un viaje turístico al medievo.

    Yo lo hago periódicamente - no en una abadía, sino en casas de retiros -, y esos días de silencio y oración siempre me han servido para reajustar todo aquello que la batalla diaria desajusta y recuperar fuerzas para tornar a ella, y es una práctica cristiana que, desde luego, aconsejo vivamente.

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  5. Dicho lo dicho, y como decían más arriba, las fotos son impresionantes... ¡me encanta!

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  6. Yo aconsejo la experiencia aunque no se crea en Dios. Es una manera muy buena de poner en orde tu vida. El silencio, el alejarse del ruido diario puede ayudar para ver la propia vida desde otro ángulo.

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  7. Me parecen acertados y justos los comentarios de todos los intervinientes. Yo voy a publicar un libro sobre el silencio y su capacidad fecundadora, germinadora... Pero no estoy seguro de haber alcanzado el objetivo sino muy limitadamente. Saludos.

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  8. Un testimonio reconfortante. Coincido con las otras opiniones. Enhorabuena por esas buenas fotos que transmiten serenidad y belleza, José Antonio.

    Un abrazo.

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