Me pasó el otro día en casa, viendo una película con mis hijos. No creo que ni el título ni el contenido del film puedan tener nada que ver con lo sucedido pero por si acaso alguien decide sicoanalizarme lo cuento también: se trataba de la película de producción hispano-inglesa “Planeta 51” pero… en alemán.
Me encanta ver películas con los críos porque disfruto al verlos disfrutar. Lo sé, es una tontería, pero es viendo una película cuando puedes observar en un corto periodo de tiempo las caras de tus hijos, todas a la vez, cambiando de expresión acorde con el argumento que va desarrollándose delante de sus naricillas. Los he visto reír, asustarse, llorar de pena (las menos) y cubrirse la cabeza con una manta llenos de vergüenza cuando los protagonistas de los dibujos amagan la realización, siempre interrumpida, de un tierno beso.
El otro día estaba sentado al lado de uno de mis hijos, pudiera ser que el más travieso e inconformista de todos, el que seguro se hubiera ido también estos días a Sol como “indignado”. En un momento determinado no pude resistirme y comencé a acariciarle la cabeza de manera continuada. En ese preciso instante me ocurrió algo que jamás había experimentado. La verdad es que no sé describirlo pero lo intentaré:
Fue cuestión de segundos, en ese tiempo se me abrió la mente, tuve una iluminación exterior, un éxtasis, un arrebatamiento o rapto. El caso es que no oía la película, viajé fuera del salón de mi casa (como cuando con el Google Earth te alejas de la tierra y la ves allá lejana y pequeñita), vi en un momento como empezaba y acababa el mundo, el universo. Distinguí las cosas materiales de las personas y experimenté y comprendí profundamente el significado de la palabra amor. Sin cursilerías de pajarillos volando y angelitos tirando flechas (que por mi experiencia y la piel de elefante que poseo acabo sólo notando cuando se me clavan en el culo) me di cuenta de la verdadera esencia de eso que llamamos amor y el valor que tiene en la vida de los que me rodean, pero no solo en las de ellos. Acabé traspasando los lazos del matrimonio y los familiares y el concepto se me extendió a toda persona humana. Me di cuenta de qué era lo único importante es este mundo.
Luego entristecí enseguida, de golpe, al darme cuenta de lo cabronazo que uno puede ser con los que más quiere.
Que conste el que no había bebido ni fumado nada y si por puñetera casualidad comí un pepino español… pues ahora no me acuerdo. Pero, por si acaso, ”me lo haré de mirar”.