Dado el revuelo que ha ocasionado la dimisión
petrina en todos los medios de comunicación y los ríos de tinta que está
generando, no creo que se pueda añadir algo nuevo sobre el tema. Pero pasados
ya los efectos inmediatos de la bomba que detonó ayer BXVI, se observa un
cambio en los análisis de los distintos medios. Hoy se empieza a especular
sobre cuál sea la verdadera razón por la que el Papa dimite. No basta una razón
tan sencilla como la de que un hombre de casi 86 años se encuentre físicamente
y - ¿por qué no?- mentalmente cansado y que se vea incapaz del realizar el
esfuerzo de dirigir esa barca que hoy hace aguas por todos lados. Algunos utilizan la comparación con JPII para
preguntarse cuál de las dos opciones es la correcta o, incluso, la de más
valor: seguir hasta el final al frente de
la Iglesia y “no bajarse de la cruz” o, habiendo consultado a la conciencia y
después de meditarlo seriamente, y viéndose incapaz de realizar tamaño esfuerzo, dejar el
puesto para que otro siga dirigiendo a la Iglesia. Desde mi punto de vista creo que las dos son
admirables y no tienen por qué ser consideradas contrapuestas. Las dos opciones
presentan ventajas e inconvenientes y pueden ser igualmente alabadas o
criticadas.
Como no creo que Jesús vaya a hacerle desistir de la decisión cómo la leyenda cuenta que le ocurrió a Pedro cuando dejaba Roma por la Via Appia y que hizo exclamar al primer pontífice aquello de Domine, quo vadis?, no nos queda a los católicos otro remedio que esperar a que el nuevo pontífice sepa manejar esta barca de la mejor manera posible y que se acabe pronto esa extraña sensación de orfandad -sin que haya muerto el padre- que se nos ha quedado a más de uno.
Como no creo que Jesús vaya a hacerle desistir de la decisión cómo la leyenda cuenta que le ocurrió a Pedro cuando dejaba Roma por la Via Appia y que hizo exclamar al primer pontífice aquello de Domine, quo vadis?, no nos queda a los católicos otro remedio que esperar a que el nuevo pontífice sepa manejar esta barca de la mejor manera posible y que se acabe pronto esa extraña sensación de orfandad -sin que haya muerto el padre- que se nos ha quedado a más de uno.
Es curioso comprobar cómo muchos que entonces criticaron ferozmente a Juan Pablo II por no dejar el puesto a otro, y mantenerse en él hasta el final, son ahora los mismos que critican a Benedicto XVI por adoptar la decisión de dejarlo. Ni caso, porque solo el Papa solo les importa para criticarlo, a él y a la Iglesia. Como dices, ambas decisiones son igualmente admirables y no tiene por qué haber ninguna contradicción entre ellas, tanta Cruz puede haber en una como en otra.
ResponderEliminarSolo nos resta pedir por él, por el nuevo Pontífice, y confiar en la ayuda del Espíritu Santo
Así es, José Ignacio.
ResponderEliminar