La mayoría de las empresas productoras de vacunas contra el SARS-CoV-2 utilizan estas células. Las vacunas de ARN producidas por las empresas Pfizer y BioNTech no lo hacen, aunque sí las utilizaron en algún momento de su investigación. Pero no se trata de investigar el origen de la vacuna que nos pondrán. En muchos casos no nos enteraremos, como tampoco no ha preocupado, y probablemente nunca habíamos oído hablar del tema, en el caso de otras muchas que nos han administrado a nosotros o a nuestros niños en el pasado.
Las células HEK293, como las células HeLa, extraídas de un tumor uterino sufrido por Henrietta Lacks antes de su muerte en 1951 y sin su consentimiento, son las líneas celulares más usadas en los laboratorios de todo el mundo para investigación. Yo mismo las he utilizado en colaboración con un laboratorio en un proyecto de investigación básica.
La pregunta es: ¿es lícito, ético o moralmente aceptable el uso de un material obtenido, según algunos, de un modo moralmente reprobable?
Antes de continuar, hay que decir que la Academia Pontificia para la Vida ya habló sobre el tema en 2005 y 2017 (Nota circa l’uso dei vaccini del 31 de julio 2017), y la Congregación para la Doctrina de la Fe se ha pronunciado recientemente llegando a la misma conclusión (Nota sobre la moralidad del uso de algunas vacunas contra la Covid-19 del 21 de diciembre 2020).
Pero ¿cuáles son los argumentos utilizados por la Iglesia para decidir que es moralmente lícito el uso de estas vacunas?
1. Existen diferentes grados de responsabilidad en la cooperación al mal y en las empresas que utilizan líneas celulares de origen ilícito. No es idéntica la responsabilidad de quienes deciden la orientación de la producción y la de aquellos que no tienen poder de decisión.
2. Es lícito su utilización cuando no estén disponibles vacunas Covid-19 éticamente irreprochables o cuando no se permite a los ciudadanos elegir la vacuna que se va a inocular.
Estos argumentos me parecen lo mismo que encender una vela a Dios y otra al diablo. Mire, o se condena el uso de estas células obtenidas, según la Iglesia, de un mal objetivo o no se hace. Es un “no pero sí, depende”. Es decir, si no existen otras vacunas, entonces sí es lícito utilizarlas. ¿Me está diciendo que el fin justifica los medios?
Continúan arguyendo que de ninguna forma sería aceptable es el uso de células fetales provenientes de nuevos abortos provocados. Pero Helen Watt, del Anscombe Bioethics Centre (Oxford), ha declarado que “puede resultar más difícil protestar contra el uso de nuevas líneas celulares (procedentes de abortos), si uno ha estado usando regularmente líneas celulares antiguas en su investigación”. Y tiene razón. ¿Por qué aceptar lo que se hizo hace años y no hacer lo mismo hoy?
Existe otra razón en el argumento que me parece más lógica y es el de que “las líneas celulares actualmente en uso están muy alejadas de los abortos originales” y que ya no existe “cooperación moralmente relevante entre quienes usan esas vacunas y la práctica del aborto voluntario”.
Para mí, este sería el argumento fundamental para considerar ética moralmente aceptable el uso de estas vacunas. En la historia de la medicina, y la ciencia en general, existen cientos de casos donde fueron realizados descubrimientos utilizando métodos éticamente reprobables, incluso ilegales, en el pasado pero de los que se ha aprovechado la humanidad. (Existe un artículo sobre el tema en BBC Future).
Por ejemplo y citando del artículo: la cloroquina antipalúdica, la metadona y las metanfetaminas, la investigación médica sobre hipotermia, hipoxia, deshidratación y más, fueron todos producidos a partir de experimentos con humanos realizados por los nazis en campos de concentración.
¿Sabían que entre 1955 y 1976, cientos de mujeres con lesiones precancerosas fueron dejadas sin tratamiento para ver si desarrollaban cáncer cervical? ¿O que ocho pacientes en la ciudad de Hyderabad, en India, murieron durante un ensayo del fármaco anticoagulante estreptoquinasa y ninguno de ellos sabía que formaba parte de dicho experimento? Durante 40 años, a partir de 1932, investigadores de la Universidad de Tuskegee en Alabama rastrearon el progreso de la sífilis en cientos de hombres negros pobres, ninguno de los cuales había recibido jamás un diagnóstico o tratamiento, pese a que el antibiótico de la penicilina que podría curar la enfermedad estaba ya disponible en aquel momento.
¿Qué hacer con todos esos conocimientos conseguidos utilizando métodos no éticos? ¿Debería esa información ser usada en aras del avance de la medicina y beneficio de la humanidad, o no?
¡Ojo, que no estoy defendiendo en modo alguno la licitud de esos métodos para el avance científico! No hay que olvidar que, en el caso que nos ocupa, ni se abortó a un feto para conseguir las células HEK293 o PER.C6, ni se asesinó a Henrietta Lacks para establecer la línea de células HeLa.
Desde mi punto de vista, no se debería prohibir el uso actual de líneas celulares obtenidas ilegal o mediante métodos considerados inmorales por algunos, y que se encuentran actualmente en casi todos los laboratorios del mundo, ni los conocimientos y beneficios adquiridos mediante en experimentos utilizando estas células deberían invalidarse, ni unirse necesariamente al origen de las mismas.
¿Qué haría usted si la sociedad recibiera una cantidad importante de dinero de unas acciones que multiplicaron su valor con el tiempo pero que sabe que procede de un acto delictivo antiguo en el que se produjo un asesinato? ¿Qué haría si con este dinero pudiera salvar de la hambruna a miles o millones de personas? ¿Utilizaría ese dinero sabiendo su procedencia o no lo haría?
Propongo otra comparación más parecida a la situación que se plantea: ¿no utilizaría usted los órganos de una persona asesinada para salvar la vida de otras? ¿Por qué no podemos separar entonces el hecho atroz del asesinato de la extracción de los órganos con fines terapéuticos? ¿Ve la diferencia?
Pienso del mismo modo en el caso de las células en cuestión, que se han multiplicado durante tanto tiempo en los laboratorios de todo el mundo adquiriendo un enorme valor práctico en la investigación y, tan importante, que sería también ahora éticamente reprobable el no utilizarlas para salvar la vida de millones de personas.